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Tú me acostumbraste (fragmento) "Aquella noche tardé mucho en dormirme. Al final caí rendida, pero podría decirse que decepcionada de que Alberto no hubiera entrado en mi habitación con alguna disculpa. Hay que ver, pensé, el mal que han hecho las películas románticas... deberían matar a Doris Day... y a Julia Roberts y a todas las heroínas románticas. Al despertarme, con el ruido de la casa en marcha, un dolor de cabeza considerable y una mala cara que me obligó a tardar casi una hora en recomponerme por dentro y por fuera, pensé en lo puñetera que es la mente humana, o al menos la mía. ¿A qué venía ese sentimiento de decepción? ¿No se suponía que no quería que Alberto entrara en mi cuarto? No está mal, reflexioné, que a mis cuarenta recién cumplidos siga sorprendiéndome a mí misma. Lo que no sabía entonces era que la caja de Pandora solo se había abierto por una esquina. La fiesta de Alejandro era una especie de romería, todo un día de barbacoa, bebida, recitales más o menos espontáneos de poesía, orquesta, baile... En el pueblo, el cumpleaños de don Alejandro el editor se había convertido casi en la fiesta mayor. Por la mañana, y sin ejercer el papel de anfitrión, Alberto me pareció especialmente interesante. En la fiesta había actuado como tal y ese lado suyo me bloqueaba. Pero de día era distinto. Debo decir que también ayudó saber que ninguna de las «misses» orientales había dormido con él. Durante mi insomnio de la noche anterior había estado intentando descubrir algún ruido que me indicara a cuál había elegido para acompañarle en la habitación principal. Pero no, por el mal humor de las dos al día siguiente y por cómo se lanzaron a los brazos de los dos invitados más atractivos de la fiesta, era evidente que Alberto no había compartido su cama. Eso me desconcertó. Me hizo reflexionar y tener claro que en ese hombre no era todo tan obvio como parecía." epdlp.com |