El muro "I Un muro en la tarde, y en la hora una línea blanca, indefinida sobre el campo verde y bajo el cielo. II Un pájaro -en hoja y viento- ha puesto su canción más bella sobre el muro. III Enlutado de su propia existencia -detenida entre su breve sombra y su destino- un zamuro, bello por la distancia y por el vuelo, infunde angustia en el alma profeta: una fría angustia, cuando certero, como vencida flecha -oscura flecha que aún conserva su impulso inicial- cae tras el muro. IV La vida es una constante y hermosa destrucción: vivir es hacer daño. V Pero el muro, el silencioso y blanco muro parece que nos dice: «hasta aquí llegan tus ojos, menos agudos que tu instinto. Yo separo tu vida de otras vidas pequeñas; pero grandes cuando el ocaso, el oro insinuante del ocaso llega». VI Acaso tras el muro, tan alto al deseo como pequeño a la esperanza, no exista más que lo ya visto en el camino junto a la vida y la muerte, la tregua y el dolor y la sombra de Dios indiferente. VII Dios -muro frente a recuerdos y visiones- está solo, íntimamente solo en nuestros ojos y en el menudo nombre que lo ata a las cosas; a la seda del canto del canario fraterno y a la noche que vuela en el zamuro: fúnebre, pulido estuche de cosas ayer bellas o tristes que habrán de serlo nuevamente del lado acá del muro, con el temor reciente de volver al origen. VIII ¿Morir?... Pero si nada hay más bello en su hora -frente al muro- que los serenos ojos de los moribundos, anegados por su propio silencio; perdido ya, por entre frescas espigas encontradas, el temor de morir, y de haber vivido, como hombre, entre hombres, que apenas -oscurecidos en su existir- los comprendieron. IX Entonces el muro parece allanarse entre el olvidado rencor y la esperanza: Es súbito camino, no límite de sombra y canto, ante un nuevo Dios que nos aguarda -que nos aguarda siempre- y no conoceremos a pesar de que marcha en nuestras huellas; que nos llega de lejos, del lado de la luz, y que vamos dejando en el camino, como algo, que no es tierra, atado, sin embargo, a nuestros pies. X El muro en la tarde, entre la hierba, el canto y el fúnebre vuelo: presencia del dolor de vivir y no morir; consuelo de volver, en tierra y oro, con la inquietud de haber sido; polvo y oro que regresa eternamente, como la muerte cotidiana, bajo el granado trigal de la noche insomne, rumorosa de viento alto y de luceros. El sediento corazón siente Leticia: el corazón y las queridas, tímidas palabras huelen, como el muro en la tarde, a cielo y tierra confundidos, cuando el morir es cosa nuestra y, como nuestro, lo queremos. Lo queremos pudorosos, en silencio, sin violencias, mientras los otros temen -aún distantes- la sensitiva soledad naciente para el hombre, no humano, y su destino confuso. XI Porque no hay muerte sino vida del lado allá del canto, del lado allá del vuelo, del lado allá del tiempo. XII Vaga intuición de perdurar frente a la muerte ambicionada y oscura... Porque la muerte, imagen de nosotros y criatura nuestra, es distinta a la no vida que jamás ha existido. Ya que el verbo de Dios, que todo lo ha dispuesto en la conciencia del hombre, no pudo crear la muerte sin morir El y su callada nostalgia de pensar y sufrir humanas formas. XIII El muro de la tarde -atardecido en nuestra tarde-, apenas una línea blanca junto al campo y junto al cielo. Misteriosa cruz que sólo muestra su brazo horizontal. Unida, por la oscura raíz, a la tierra misma de su origen confuso; y al cielo de la fuga por el canto y el ala: la noche impasible del zamuro y el camino de oro del canario hacia el ocaso. XIV ¡EI muro! Cuánto siento y me pesa su silencio -en mi tarde- en la tarde del musgo y la oración y el regreso. XV Sólo sé que hay un muro, bello en su calada soledad de cielo y tiempo: y todo, junto a él, es un milagro. XVI Sólo temo en la tarde -en mi tarde- de oro por el sol que agoniza; y por algo, que no es sol, que también agoniza en mi conciencia, desamparada a veces ¡y a veces confundida de sorpresas! Sólo temo haber visto algo: ¡lo mismo! el campo, el césped; la misma rosa sensual que recuerda unos labios y el mismo lirio exangüe que vigila la muerte. XVII Y sólo siento frente a Dios y su Destino, haber pasado alguna vez el muro y su callada espesa sombra, del lado allá del tiempo." epdlp.com |