Memorias de un anciano pastor (fragmento) Karl Jakob Gummerus
Memorias de un anciano pastor (fragmento)

"Entré en la habitación del anciano. Allí estaba acostado en su cama. Me extendió la mano izquierda, reconociéndome. «Ahora solo queda la mitad del anciano», dijo a modo de saludo. Su voz era alegre, sus palabras juguetonas.
Hacía una semana que había recibido una carta del extranjero. Al leerla, se cruzó de brazos, gritó desaforadamente y se desplomó, como ya había ocurrido en Rauhala. Pero desde entonces, el viejo Dallén no volvió a levantarse. Al despertar de su entumecimiento, tenía todo el lado derecho entumecido, paralizado.
Pero el anciano me parecía más feliz ahora que nunca. Y no mentía, como pronto supe. En la silla junto a su cama estaba su gran Biblia. La señaló. La abrí. Había una carta entre la tapa y la página de la lista de nombres, y una navaja abierta, y lo que este último sabía me lo revelaron de inmediato las líneas con las que el padre había borrado el nombre de su hijo hacía algunos años, pero que ahora había tachado casi invisiblemente. «Hago este trabajo todos los días», dijo alegremente, tomó la navaja con la mano sana y comenzó a rascar las líneas con cuidado y en silencio. Luego me ofreció el papel que había estado junto a la navaja y dijo: «¡Léemelo!».
Era una carta, una carta de Ernst. Ya podía adivinar el motivo de la alegría del anciano. Era una carta larga. En ella, Ernst confesaba su crimen sin complicaciones. Luego relataba su visita a Rauhala, hablaba de todo lo que le había sucedido, de las deficiencias que había sufrido, de los peligros que había corrido, de cómo había decidido ganarse el perdón de su padre, de ganarse la vida honradamente; cómo había pasado por muchas tentaciones, pero cómo con la ayuda de Dios las había superado. Luego contaba cómo había conseguido un pequeño negocio como empaquetador con un comerciante de Nueva York, cómo poco a poco se había ganado la confianza de su amo, cómo se lo había contado a este amo, a quien llamaba su segundo padre, durante toda su vida, y así se había ganado su completa amistad y confianza, y cómo ahora era el primer cajero de su amo. Luego contó lo frugal que vivía, cómo cada año invertía la mayor parte de su salario en el taller de su amo, hasta que la suma que había obtenido indebidamente usando el nombre de su padre comenzó a acumularse gradualmente; contó su nostalgia y la pesada carga que le producía la ira de su padre. Finalmente, suplicó a Dios que le diera la misericordia para que el padre aceptara de nuevo al hijo arrepentido como su hijo."



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