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El judío errante (fragmento) "Sabía cómo pronunciar esa palabra. Quería alcanzar y aferrar toda la vida, pero sentía que ningún esfuerzo llenaría el terrible vacío de su corazón, que ningún trocito saciaría jamás su hambre, que siempre querría seguir adelante, libre, más libre que la alondra, que los vientos, que la muerte, y que, por lo tanto, todo deseo era inútil, todo inútil. Y así quedó preso en su condenación, como en un sótano sin puerta ni respiradero. Pero aun así, aunque la vida no le gustaba, aunque a veces parecía completamente delirante, había algo en lo profundo de su corazón, tan profundo que ni él mismo podía verlo, que ningún demonio podía tocar. [...] Pero en otra ocasión oyó cómo el Nazareno volcó las mesas de los cambistas en el Templo, haciendo que todas sus fichas rodantes cayeran al pavimento tintineante, donde las buscaron a tientas, encorvados por su látigo de cuerdas; y cómo los arrojó del Templo, de pies y cabeza, junto con los palomares que vendían palomas para los sacrificios. Ese día Asuero guardó silencio. Y poco después lo vio él mismo. Era al anochecer, fuera de las murallas de la ciudad, donde, entre humildes callejones y patios llenos de ceniza y tiestos, trabajaban los torneros y los ladrilleros. Una comitiva entera lo había seguido desde Galilea: pescadores que, por su aspecto rústico, eran objeto de burla por parte de los pillos en las calles de Jerusalén, pescadores de rostro colorado y robustos, hombres hambrientos y flacuchos de mirada tonta, y viñadores barbudos y de rostro testarudo: rodeaban a su Maestro y asentían a todo lo que decía. Los torneros habían dejado sus trabajos y los ladrilleros sus hornos; los invitados que volvían de la ciudad, con las herramientas al hombro, observaban, y también había galileos de Jerusalén, toda clase de vagabundos, lisiados piojosos y algunos buscadores de placer, entre una prole de niños." epdlp.com |