Je voulais vivre (fragmento) Adélaïde de Clermont-Tonnerre
Je voulais vivre (fragmento)

"El hombre del abrigo rojo no lleva máscara, pero para ella, su rostro es aún más aterrador que el cuero que suele ocultar a este ejecutor. Con las manos ensangrentadas, cae de rodillas, acurrucada. El hombre se acerca y, con una voz más aguda de lo que su corpulencia, sus labios gruesos y las marcas de amargura grabadas en su rostro por cada ejecución podrían sugerir, la acusa por turno:
Esta mujer fue en su día una joven tan hermosa como lo es hoy. Monja del convento benedictino de Templemars, se propuso seducir a un joven sacerdote de corazón sencillo que servía en la iglesia del convento. Lo consiguió. Ni un santo habría podido resistirse a ella. Sus votos eran irrevocables; su romance no podía durar sin destruirlos a ambos. Ella lo convenció para que abandonara el país, para que huyeran juntos. Necesitaban dinero. Ninguno de los dos tenía. El sacerdote, cediendo a los susurros insidiosos de esta nueva Eva, robó y vendió los vasos sagrados de su parroquia. La suma no fue suficiente para embarcarse, como habían esperado, hacia las colonias de Nueva Francia. Así que, bajo un nombre falso, se escondieron en Berry, donde él había conseguido una pequeña parroquia. Esta mujer arpía se hizo pasar por su hermana, mientras vivían como marido y mujer. El joven sacerdote sufría por la mentira en la que vivía. Todavía soñaba con cruzar los mares. Decidió regresar al Norte para rogar a sus padres por el dinero que necesitaban para escapar de aquella vergüenza que los condenaría. Al regresar al lugar del crimen, fue arrestado, sentenciado a diez años de trabajo forzado y marcado a fuego.
El hombre se vio abrumado por la emoción y, por un instante, el dolor lo asfixió, haciéndole perder la compostura. Habló con dificultad:
"Yo ya era el verdugo de Lille. Me vi obligado a señalar al culpable."
La joven quiso defenderse de aquella historia. Alzó la cabeza. Sonrojada por la rabia contenida, respiró hondo, pero el hombre del abrigo rojo la señaló con el dedo, como si una sola palabra suya fuera un escupitajo."



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