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Donde estén mis amigos (fragmento) "Mi coche había levantado una nube de polvo. La chica esperó a que el viento se la llevara y luego se acercó. –No lo entiendo –dijo una vez que me hube apeado–. Esta carreterucha es el único modo de llegar hasta aquí, y mira cómo está. Podrían asfaltarla o hacer algo. El otro día se quedó atascada una furgoneta y tardamos más de dos horas en sacarla, y eso que éramos seis empujando. Le echó una ojeada a los surcos que mi coche había dejado en la tierra y yo aproveché para echarle una ojeada a ella. Calculé que tendría algo menos de veinte años. El pelo negro y rizado le llegaba hasta los codos. Tenía la piel muy bronceada, y aquí y allá, en los pliegues del cuello, en los párpados, se apreciaba una fina película de sal. Debía de llevar toda la mañana en la playa. (…) Desapareció en dirección a la playa y yo empecé a descargar las maletas. No sabía por qué, pero tenía una sonrisa boba en los labios. No contaba con recibir una acogida como aquella. Si había alquilado un apartamento en la playa, no era porque buscara diversión o aventuras, más bien todo lo contrario. Carchuna era un pueblo feo. El mar de invernaderos que cubría la costa entera hasta Almería lo cercaba por los cuatro costados e invadía las calles, dejando apenas espacio para que prosperaran los bares, las plazas, las tiendas o cualquier cosa que pudiera animar un poco la vida local. No había un solo rincón del pueblo que no emanara un aburrimiento absoluto. Incluso la playa de arena negra invitaba a la desesperación. Sin embargo, yo había ido allí por propia iniciativa. ¿Por qué? Digamos que no estaba en mi mejor momento. Desde hacía más de una década vivía comprometido con una idea fija: escribir un buen libro. Llegar a escribir al menos un buen libro, o dos, o tres, tantos como me permitieran mi talento o mis fuerzas. Me negaba a malgastar el tiempo en nada que no fuera escribir y leer, y el resultado había sido penoso. Las semanas y los meses se me iban en escribir relatos banales que presentaba a pequeños certámenes literarios, y, aunque trabajaba sin descanso, apenas ganaba lo suficiente para pagar el alquiler. Me nutría de arroz y de lentejas, y no renovaba mi vestuario desde que era un estudiante." epdlp.com |