Modernidad y nacionalismo, 1900-1939 (fragmento)José-Carlos Mainer
Modernidad y nacionalismo, 1900-1939 (fragmento)

"A la altura de 1900, el panorama de la intelligentsia española era un complejo entramado en vías de transformación que presidían honoríficamente dos categorías equivalentes: por un lado, los escritores que habían obtenido un importante crédito después de 1868 y que disfrutaban del favor de un público suficientemente amplio (lo componían dramaturgos de éxito, poetas y oradores, a los que se habían unido dos disciplinas emergentes, los cultivadores de la novela realista y los críticos reputados); por otro, el mundo académico que incluía grandes profesionales del bufete, catedráticos, eruditos y dilettantes. Ambos grupos sustentaban relaciones de cordialidad a despecho de sus diferentes inclinaciones políticas y mantenían estrechos contactos con el poder de la Restauración. Después de la integración del liberalismo en el sistema, en 1881, no iba a ser infrecuente el escritor con cargo público –los poetas Campoamor y Núñez de Arce fueron gobernadores civiles; el novelista Galdós, diputado; el crítico y narrador Juan Valera, era diplomático desde hacía tiempo...– e incluso existían las figuras en las que era difícil discernir la significación política de la literaria: los casos de Adelardo López de Ayala, Emilio Castelar y José de Echegaray lo demuestran. Y añadamos que los tribunales de cátedras juntaban en significativa amalgama a profesionales de la Universidad y figurones políticos o eruditos, del mismo modo que las no siempre fáciles elecciones de senador por cada una de las diez universidades del Estado suponían una nueva ocasión de confusión del esquema.
Este orden de intelectuales operaba todavía en función de concepciones arcaicas del saber y la representatividad social. Un certero artículo de prensa o un discurso, un libro presuntamente sesudo, pero también una novela o un poema para el álbum de una dama linajuda eran acontecimientos que, con el tiempo, avalaban la idoneidad del futuro miembro de las Reales Academias o la recepción de un banquete de homenaje y el prestigio se consolidaba mediante la presencia física en el Ateneo madrileño o en la grata tertulia de un salón aristocrático. Pese a todo, se iba afianzando lentamente el tránsito de lo erudito a lo profesional universitario: un paso que podría ilustrar bien la figura y la obra de Marcelino Menéndez Pelayo, a despecho de sus contradicciones e insuficiencias.
Por supuesto, al mentar las últimas, no me refiero a las ideológicas sino a las puramente técnicas. Y entre estas estaban su escaso interés por el nivel internacional de los estudios que practicaba, la orientación declaradamente reivindicativa y patriótica de sus proyectos y, sobre todo, su preferencia por lo bibliográfico (y lo bibliofílico) sobre lo metodológico, además de su desinterés por la actividad universitaria como forma de conocimiento y de transmisión de saberes."



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