La isla del segundo rostro (fragmento)Albert Vigoleis Thelen
La isla del segundo rostro (fragmento)

"En la guerra civil española la isla tuvo que soportar terribles sufrimientos. No hubo piedad. Todo aquel señalado por sus ideas fue fusilado. No había forma de escapar, como en la península para pasarse al bando de sus correligionarios; los contrarios al alzamiento estaban en una trampa de la que era imposible escapar. En las playas en las que antaño nadaban los extranjeros o se bronceaban al sol, en una desnudez que clamaba al cielo, ahora sólo flotaban o reposaban cadáveres, igualmente desnudos o despojados.
(...)
Todos los países habían movilizado sus consulados. Los extranjeros comenzaron a abandonar la isla en rebaño. Los hoteles estaban vacíos o eran utilizados como cárceles. El clima ideal de Mallorca sólo actuaba en beneficio de la guerra santa. No caía ni una gota de agua y en las playas en las que antaño nadaban los extranjeros o se bronceaban al sol, en una desnudez que clamaba al cielo, ahora sólo flotaban o reposaban cadáveres, naturalmente igualmente desnudos, o despojados.
Los bancos cerraron sus ventanillas y se bloquearon las cuentas de divisas extranjeras. Cuando un hombre llamado Vigoleis se presentó en la Caja de Ahorros para buscar unos céntimos que necesitaba con urgencia —no tenía mucho, pero sí lo bastante para resistir medio año en casa de Inés—, se le dijo que el dinero ya lo habían sacado para la cruzada. ¿No era él partidario de la guerra santa? Vigoleis dijo que él era alemán y católico. El director del banco, conmovido por la falseada actitud de Vigoleis, le estrechó la mano con fuerza.
Nos quedamos, pues, sin dinero. Ni siquiera tenía lo suficiente para tomar el tranvía de regreso a Génova y habría de volver a pie. Había dejado de ser un capitalista. Lo que extrañamente aún no sabía era que también me vería obligado a dejar de ser cualquier otra cosa.
Beatríce se dio cuenta, en cuanto me vio, de que volvíamos a ser pobres. Pese a todos los rostros que el cielo me ha concedido soy incapaz de disfrazar mis sentimientos. Se me nota enseguida cuando digo la verdad en ocasiones en que quizá sería más conveniente introducir una mentira. Yo pertenezco, para hablar con las palabras de San Agustín, a los tontos que nunca tienen necesidad de renegar de una sola de sus palabras. "



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