El rey se inclina y mata (fragmento)Herta Müller
El rey se inclina y mata (fragmento)

"Lo que de un modo tan llano suele llamarse Historia también fue la cara nocturna de la garganta para todos y cada uno de los miembros de mi familia desde el nazismo hasta los años cincuenta. A cada uno de ellos lo llamó a cuentas la Historia, y cada cual tuvo que presentarse ante ella, fuera como víctima o como verdugo. Y cuando la Historia volvió a soltarlos, ya ninguno de ellos estaba intacto. Mi padre ahogaba su época de soldado de las SS en el alcohol. Mi madre luchaba como podía con la muerta de hambre pelada al cero que había sido durante la deportación, mi abuela veneraba el cofre del acordeón, mi abuelo no soltaba sus libros de cuentas. A cada uno de ellos se le mezclaban en la cabeza cosas incompatibles entre sí. En realidad, no alcancé a comprender los daños que sufrían aquellos mis familiares hasta que no me vi yo misma en una situación desesperada. Fue entonces cuando realmente tomé conciencia de que una herida demasiado profunda deja los nervios destrozados para siempre. Que las consecuencias de tener los nervios destrozados se manifiestan después, es más: incluso se extienden a las épocas anteriores. La herida no sólo cambia las cosas que suceden después, sino también las anteriores, las que no habrían tenido nada que ver con ese tajo en la vida si a la vida nunca le hubieran asestado el tajo. Todo se ve arrastrado hacia ella porque la herida es como un imán, ni en la cabeza ni en la vida entera se puede concebir nada en lo que no repercuta. Cuanto sucediera antes se contempla, a posteriori, como si sólo hubiera sido —de un modo latente y, por lo tanto, desapercibido— un inequívoco anuncio de la pérdida que habría de producirse más adelante, un prólogo frívolamente ignorado.
A los diecisiete años fui por primera vez al Mar Negro, con una clase del colegio. Agua verde con espuma blanca. A mis ojos, sensibles al verde del pueblo, era la mayor pradera llana que había visto jamás, cubierta de la mayor cantidad de flores de berro de prado que pudiera existir jamás. Una inmensa pradera a punto de desbordarse. Yo estaba familiarizada con los campos de pastoreo, que se extendían hasta el cielo y eran tan llanos que se veía a cualquier persona desde muy lejos. Al verse todo tan claro, sobre todo al ser uno tan impunemente visible para sí mismo, tan transparente desde los dedos de las manos hasta los dedos de los pies, el cielo casi te tragaba. Uno violentaba el interior de la cabeza, nunca lo que había bajo los pies. Probablemente me atreví a meterme en aquel agua tan profunda porque confiaba en los pastos verdes, y no reparé en que no sabía nadar. El suelo había desaparecido, la pradera a punto de desbordarse se convirtió en un agua tan profunda como para ahogarse. Ni siquiera intenté nadar, sólo pensaba: ahora me va a comer el mar. Perdí el conocimiento, lo recuperé luego en la orilla, mucha gente formaba un corro a mi alrededor. Alguien había visto que me ahogaba y me había sacado a terreno seco. Estaba tan confusa que ni se me ocurrió preguntar quién había sido. Ni siquiera di las gracias. Al día siguiente, cuando al fin formulé la pregunta, todos se encogieron de hombros y dijeron: fue un desconocido que se apresuró a alejarse de la gente después de hacerte la respiración artificial.
Durante los once días que le restaban a las vacaciones, el agua fue para mí una especie de frontera de lo accesible. Pasaba el tiempo sobre el asfalto de los cafés, como si el mar no existiera; sin embargo, allá donde fuera me veía ahogándome. El agua no cesaba de llenarme los oídos. A la desidia del momento de ahogarme le había seguido el terror, y no podía librarme de él. Luego conté cosas del mar, a los de casa no les dije nada del incidente, guardé silencio sobre el hambre del mar que quería comerse mi carne, del mismo modo que me había callado el hambre de carne de la tierra. Si no hablo de eso, el terror se adormecerá en mi interior, o así me lo parecía. Si hablo, se despertará de nuevo. Y cuando escribí sobre ello, desplacé el escenario a otro sitio, inventé lagos glaciares en las montañas porque están muy altos y todavía más cerca del cielo. "



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