Juegos sagrados (fragmento)Vikram Chandra
Juegos sagrados (fragmento)

"Katekar sentó al hombre de un empujón mientras este todavía tenía la boca abierta. Fue un gesto de gran precisión. Katekar era un agente de cierta antigüedad y un antiguo subordinado, un colega en realidad; habían trabajado juntos de forma intermitente, durante casi siete años.
-¿Te gusta pegarle y luego lanzas a un pobre cachorro por la ventana? ¿Y después nos llamas para que te salvemos?
-¿Ha dicho que le pego?
-Tengo ojos. Puedo verlo.
-Entonces mire esto -replicó el señor Pandey girando la mandíbula-. Mire, mire, mire esto.
Y se levantó la manga izquierda de la chaqueta del pijama, para revelar un reluciente reloj de plata y cuatro arañazos espaciados de modo uniforme, amoratados y profundos, que iban desde la parte interior de la muñeca hasta más o menos el codo.
-Más, tengo más -continuó el señor Pandey, y dobló la cintura, agachó la cabeza y la giró para apartar de la piel el cuello de la prenda.

Sartaj se levantó y rodeó la mesa de centro. Había una llaga roja irregular sobre el omoplato del señor Pandey, y Sartaj no podía ver cuánto continuaba hacia abajo.
-¿Cómo se hizo eso? -quiso saber Sartaj.
-Me rompió un bastón de Cachemira en la espalda. Era así de ancho -respondió el señor Pandey formando un círculo con el pulgar y el índice.

Sartaj caminó hacia la ventana. Un grupo de chicos con uniforme se agrupaban alrededor del pequeño cuerpo blanco allá abajo, empujándose unos a otros para acercarse a él. Las chicas del Saint Mary estaban chillando, con la mano sobre la boca, y suplicando a los chicos que parasen. En el salón, la señora Pandey miraba con intensidad a su marido, con la barbilla hundida en el pecho.
(...)
Sartaj se sentó en la mesa al lado de Kamble y abrió de un tirón un ejemplar del Indian Express. Dos miembros de la banda de Gaitonde habían sido asesinados a tiros en un encuentro con la brigada móvil en Bhayander. La policía había actuado sobre la base de la información recibida y los había interceptado cuando se dirigían a las oficinas de una fábrica en esa zona; a los dos extorsionistas se les había dado el alto y se les había pedido que se rindieran, pero de inmediato dispararon a la brigada, que entonces contraatacó, etcétera, etcétera. Había una foto a color de civiles inclinándose sobre dos alargadas manchas rojas en el suelo. En otras noticias, había dos robos en Andheri Este; uno en Worli, que había terminado con la muerte a puñaladas de una pareja joven. Mientras leía, Sartaj podía oír al anciano sentado frente a Kamble hablando sobre la muerte lenta. Su mausi de ochenta años se había caído por un tramo de escalera y se había roto la cadera. La examinaron en la Policlínica Shivsagar, donde había soportado con su estoicismo habitual el implacable dolor en sus viejos huesos. Después de todo, había marchado con Gandhi-ji en el 42 y entonces había sufrido su primera fractura, de la clavícula, por el lathi de un policía montado, y más tarde también por los suelos descubiertos de las celdas de la prisión. Tenía una fuerza pasada de moda, que consideraba el sacrificio del yo como la obligación de uno en el mundo. Pero cuando las llagas provocadas por la caída florecieron en heridas profundas y rojas sobre sus brazos, hombros y espalda, incluso ella dijo: tal vez es mi hora de morir. El anciano jamás le había oído decir algo parecido, pero entonces ella gimió: quiero morir. Y tardó veintidós días en hallar alivio, veintidós días antes de la bendita oscuridad. Si la hubiera visto, terminó el hombre, usted también habría llorado. "



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