Isabel de Egipto (fragmento)Achim von Arnim
Isabel de Egipto (fragmento)

"En aquella época, los gitanos vivían sometidos a persecución por parte de los judíos desterrados, que se hacían pasar por gitanos para que los toleraran, y habían llegado a un estado de pecaminosa degeneración. El duque Miguel se había lamentado de ello muchas veces, y se sirvió de todos los medios que le dictó su inteligencia para reunirlos y conducirlos a la patria. Su voto de llegar en peregrinaje hasta los confines de la cristiandad estaba cumplido, pues desde España ya habían regresado por el océano. Sólo el deseo de ir al Nuevo Mundo les retenía en el viejo continente, en el cual únicamente se quería embarcar para allá a los guerreros, no a los peregrinos. Pero el aumento del poderío turco, la persecución por todas partes y la falta de dinero hacían el regreso a Egipto enormemente difícil. Para ir viviendo, el duque intentó sacar provecho de lo que en otros momentos fuera su diversión nacional: las pruebas de fuerza y de habilidad, como, por ejemplo, llevar sobre los dientes pesadas mesas sin perder el equilibrio, dar volteretas en el aire o caminar con las manos; en suma, lo que se calificaba de acrobacias. Pero, obligados a retroceder de un territorio a otro, aquellas fuentes de ingresos se agotaron, y cuando ni decir la buenaventura les servía ya para nada, hasta los más buenos se vieron obligados a robar su mísero sustento o a contentarse con animales cuya caza estaba permitida, como los topos o los puercos espines. Fue entonces cuando experimentaron, en lo más íntimo de su ser, el castigo por haber expulsado a la santa Madre de Dios, al Niño Jesús y al anciano José en su huida a Egipto, por no mirar al Señor a los ojos y, con ruda indiferencia, creer que las santas personas eran simples judíos, los cuales nunca encontrarían albergue en Egipto por haberse llevado, al emigrar a la tierra prometida, las vasijas de oro y plata que tenían en préstamo. Más adelante, al reconocer por su muerte al Salvador, al cual habían desairado en vida, la mitad del pueblo quiso expiar la dureza de su corazón mediante una peregrinación hasta los confines de la cristiandad. Llevando consigo sus tesoros, marcharon hacia Europa a través de Asia Menor, y mientras les quedó algo fueron bien recibidos en todas partes; pero ¡ay de los pobres en tierras extrañas! "


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