Solo (fragmento)Juhani Aho
Solo (fragmento)

"Cuando los demás me acompañaron a la sala, ella se quedó y cerró el piano, ante el que estaba sentada en el crepúsculo, cuando llegué, y deliraba. Había escuchado la música desde la proximidad de las escaleras por algún tiempo y había estado escuchando tras la puerta con la respiración contenida y el corazón latiendo. La vi tomar la lámpara de la mesa y esperé que pudiera venir, quizás yo podría salir a su encuentro. Pero se dio la vuelta, cruzó la habitación y salió sin piedad. Lo último que vi de ella fue su perfil fino, su suave mejilla y un rebelde rizo enrollado sobre su oreja.
No, pensé, mientras bajaba las escaleras, no lo haré. Llegué a la puerta principal, en alas de un ardor de primavera, pero a ella le disgustó mi osadía y las ventanas traquetearon con fuerza, quedando el pasillo largo y oscuro a merced del eco de su enfado.
Por fin todo estaba claro. Hasta el último instante me había atormentado la esperanza-ahora me perseguía la indolencia. Era como un vagabundo en el desierto, ante cuyos ojos el espejismo se desvanece de repente, y nada más que ve el interminable mar de arena a su alrededor, y sabe que no podrá saciar su sed. Y la renuncia de la desesperación colma sus sentidos.
Entonces, confórmate, me dije a mí mismo. ¿Y qué si se agita allí en tu pecho y gime el corazón? No hay inquietud, pues tampoco hay salvación. Un cochero dormita flácido en su coche de caballos en la esquina de la calle, bajo una jadeante llama de gas.
Los frondosos árboles de Bulevardi forman una bóveda tenebrosa sobre mi cabeza. En el cementerio de la Iglesia Vieja se desliza sigiloso un oficial artesano con su amada.
Una mujer solitaria, tocada con un pañuelo, aminora el paso y se escurre indecisa a mi lado. Sus ojos son dóciles, implorantes. ¡Si te la hubieras llevado se hubiese mostrado agradecida, tal vez te esperaba, casi detenida bajo una farola! Mañana te hubiese acompañado al barco, te hubiese observado entre el gentío y agitado secretamente el pañuelo en señal de despedida. ¿Por qué la dejaste marchar?
¡Ella no puede venir, Anna! ¡Vendría con mucho gusto, pero no puede! ¡No te lo tomes a pecho, querida mía! ¡No puedes! ¡No llores ni mueras de tristeza! ¡Trata de ser feliz! Dentro de un par de años regresaré y traeré conmigo muchas ideas nuevas.
Toda la plaza Erottaja se convierte en un único ruido seco cuando un carruaje baja desde Kolmikulma repleto de animosos estudiantes, recién llegados a la ciudad.
¡Ellos son jóvenes, ellos dan gritos y vítores! Todavía disfrutan y el mundo les tiende la mano.
Pero ¿acaso estoy en mis cabales? Amargo y envidioso hacia quienes ella dudo que conozca. Quién sabe si a ellos les importa Anna lo más mínimo, ¡tan poco como a ella ellos! ¿Sólo porque se quedan aquí? Pero uno, el más cercano, tenía una gorra blanca calada con descuido y descaro sobre una de las orejas. Sus hombros eran vigorosos y tenía el pelo negro y rizado. Yo llevo el sombrero como un caballero mayor, soy pesado, y gordo, y torpe.
Me obligo a reírme altanero ante la comparación. Con simulada energía atravieso Esplanadi hacia el restaurante Kämp, sobre su puerta destella una brillante lámpara eléctrica.
¡Qué sensación más dulce ascender al apartamento, al hotel, a la habitación! Por la rendija de la puerta extiende tan amablemente su mano la factura que «para evitar errores, se entrega cada día». ¡Qué hogareño aroma en esta habitación! ¡Qué orden exquisito denotan las velas sin estrenar, de igual largura, a ambos lados del espejo! "



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