El héroe y el único (fragmento)Rafael Argullol
El héroe y el único (fragmento)

"Es conocido el hecho de que Kierkegaard deseaba para su epitafio la breve inscripción, «Fue el Individuo». Él mismo lo ha dejado escrito en una nota correspondiente a 1847, es decir, a un año en que el siglo, después de haberla exacerbado hasta límites de audacia imposible, se aprestaba a mostrar la disgregada derrota de la subjetividad.
Pero, comúnmente, se tiene una idea errónea o, al menos, confusa, del siglo XIX, cuando se supone que éste fue, en términos exclusivos, la época en que el «Yo» se aventuró a su gran travesía.
Antes del Romanticismo, el Renacimiento fue el gran momento histórico de eclosión del Individuo. Por eso sería bueno retener de manera permanente, al juzgar la formación del pensamiento moderno, la idea de que el Romanticismo fue en gran parte renacentista, y el Renacimiento, en enorme medida, romántico. ¿Quién no dudaría, por ejemplo, si el sello de su estilo inconfundible no nos guiara de antemano, en atribuir a un poeta romántico versos como éstos?
Pues en efecto, ¿en qué conjunto de poemas -si salvamos los de la poética del «Yo trágico-heroico romántico»- puede encontrarse al Individuo más violenta y dramáticamente comprometido que en los sonetos de Shakespeare?
Sólo los griegos rivalizan con Shakespeare en la idolátrica admiración romántica. Keats desea que su alma transmigre hacia la de Shakespeare, el desdeñoso Goethe lo reverencia sin temor e incluso, más tarde, Nietzsche -romántico en cuanto codificador y heredero de toda la destructiva lucidez de los románticos—, cuando en su adustez crítica no valora a casi nadie, sigue nombrando a Shakespeare junto a los grandes Heráclito, Sófocles y Homero.
Los románticos son, efectivamente, shakespearianos, pero, jugando con el tiempo, habría que añadir que lo son en igual medida que Shakespeare es romántico. Lionel Trilling se ha percatado perfectamente del paralelismo de los Yo shakespeariano y romántico enfrentados al común «horror de la verdad de la vida» con una idéntica y altísima conciencia de su propia veracidad. Quizá la diferencia fundamental entre uno y otro -diferencia en la que ya no es posible jugar con el tiempo— sea que mientras la voluntad shakespeariana es vigorosa y espontánea, trágicamente ofensiva, la voluntad romántica es decididamente defensiva, heroicamente «numantina» "



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