Radio ciudad perdida (fragmento)Daniel Alarcón
Radio ciudad perdida (fragmento)

"Aquel martes por la mañana sacaron a Norma del aire porque había llegado un niño a la estación. Era flaco y callado, y llevaba consigo una nota. Las recepcionistas lo dejaron pasar. Se convocó una reunión.
La sala de conferencias era muy luminosa y mostraba una vista panorámica de la ciudad hacia el este, mirando a las montañas. Cuando Norma entró, vio a Élmer sentado en la cabecera de la mesa, frotándose el rostro como si acabaran de despertarlo de un sueño intranquilo y poco agradable. Le hizo una pequeña venia con la cabeza mientras ella se sentaba, luego bostezó, luchando por abrir la tapa de un frasco de pastillas que había sacado de su bolsillo. «Tráeme un poco de agua», gruñó a su asistente. «Y limpia los ceniceros, Len. Por Dios.»
El niño estaba sentado frente a Élmer, en una tiesa silla de madera, con la cabeza agachada. Era delgado y frágil, y sus ojos eran demasiado pequeños para su rostro.
Le habían afeitado la cabeza —para matar piojos, supuso Norma—. Sobre sus labios se veían las primeras señas de un bigote. Vestía una camisa raída y pantalones sin basta amarrados a la cintura con un cordón de zapatos.
Norma se sentó a su lado, de espaldas a la puerta y con la vista de la ciudad blanca al frente.
Len reapareció con una jarra de agua. El líquido rebosaba de burbujas y tenía un tono grisáceo. Élmer se sirvió un vaso y tragó dos pastillas. Tosió cubriéndose la boca con la mano.
—Vayamos al grano —dijo Élmer cuando Len se sentó—. Discúlpanos por interrumpir las noticias, Norma, pero queríamos que conocieras a Víctor. —Dile tu edad, muchacho —dijo Len.
—Tengo once años y medio —dijo el niño con una voz casi imperceptible. Len se aclaró la voz y miró a Élmer, como pidiéndole permiso para hablar. Luego del asentimiento de su jefe, prosiguió.
—Es una edad maravillosa —dijo—. Has venido a buscar a Norma, ¿verdad?
—Sí —dijo Víctor.
—¿Lo conoces?
Norma no lo conocía.
—Ha venido desde la selva —continuó Len—. Pensamos que te gustaría conocerlo. Para tu programa.
—Genial —dijo ella—. Muchas gracias. Élmer se puso de pie y caminó hacia la ventana. Su silueta se dibujó contra la brillantez del día. Norma conocía aquel panorama: la ciudad a sus pies, extendiéndose hasta el horizonte y aún más allá. Si uno pegaba la frente al vidrio, podía ver hasta la calle de abajo, esa amplia avenida asfixiada por el tráfico y la gente, con autobuses, moto taxis y carretillas de verduleros.
O la vida en los techos de la ciudad: cordeles con ropa tendida al lado de gallineros oxidados; viejos jugando a las cartas sobre una caja de leche; perros ladrando furiosamente, mostrando los dientes al denso aire marino. Alguna vez, hasta había visto a un hombre sentado sobre su casco amarillo, sollozando. "



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