Zipper y su padre (fragmento)Joseph Roth
Zipper y su padre (fragmento)

"Al padre de Zipper le encantaban las sorpresas. Solía utilizar objetos de broma, como cajas de cerillas falsas de don­de surgían ratoncitos, cigarrillos que estallaban y pequeños globos que se deslizaban bajo el fino mantel, que parecía movido por un fantasma. Se distraía con un amplio abani­co de trivialidades que los adultos solían despreciar, pero también le interesaban las cosas importantes, como la geografía, la historia y las ciencias naturales. Aunque no pres­tara mucha atención a las lenguas antiguas, consideraba las modernas muy importantes.
—Hoy en día—decía—, todos los jóvenes deberían estudiar inglés y francés. Si mi juventud no hubiera sido tan complicada, ahora yo sería políglota. El latín me parece bastante útil, sobre todo para alguien que quiera estudiar medicina o farmacia. Pero ¿el griego? ¡Una lengua muerta!
No hace falta saber griego para leer a Homero, basta con una traducción. Además, los filósofos griegos ya están pasados de moda. A mí me habría gustado que Arnold fuera al instituto de enseñanza media. Pero su madre… ¡Y encima dice que quiere a su hijo! ¿Qué clase de amor le demuestra obligándolo a estudiar gramática griega?
Ésa no era la única divergencia de opiniones que había entre Zipper padre y su mujer. Ella respetaba a los maestros, a los curas, a la corte y a los generales. En cambio, él se negaba a aceptar las verdades eternas, era un rebelde y un racionalista. Sólo admiraba a los genios, a Goethe, a Federico el Grande y a Napoleón, así como a ciertos inventores, a los expedicionarios del Polo Norte y, por encima de todos, a Edison. Sentía respeto por la ciencia y sus discípulos, pero sólo por aquellos que le quedaban muy lejos, ya fuera geográficamente hablando o bien porque ya estaban muertos. Su respeto por la medicina era tan profundo como su desconfianza hacia los médicos. Aseguraba que nunca había estado enfermo. Del mismo modo que su re­loj jamás había pasado por las manos de un relojero, él nunca había necesitado un médico. A pesar de todo, de vez en cuando se encontraba en un estado al que él llamaba «necesidad de reposo».
Entonces explicaba que, a veces, la gen­te sana—sin dejar de serlo—sentía la esporádica necesidad de descansar e incluso de tener fiebre. Tenía varios méto­dos para medir la temperatura. Nadie era tan bueno como él a la hora de bajar el mercurio del termómetro. Sus méto­dos de curación eran singulares y no tenían precedentes en el mundo de la medicina. Aunque podía parecer supersticioso, no lo era porque las supersticiones contradecían su único principio: la fe en la razón. Cuando le dolía la cabeza, comía cebollas, se cubría las heridas con telarañas y com­batía la gota poniendo los pies en remojo. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com