La inquilina de Wildfell Hall (fragmento)Anne Brontë
La inquilina de Wildfell Hall (fragmento)

"Debes regresar conmigo al otoño de 1827.
Mi padre, como sabes, era una especie de hacendado y yo, por expreso deseo suyo y de no muy buena gana, le había sucedido en su tranquila ocupación. Me sentía instado a metas más altas y el engreimiento personal me aseguraba que estaba enterrando mi propio talento en la tierra y ocultando su luz bajo el celemín. Mi madre había hecho todo lo posible para convencerme de que yo era capaz de grandes logros, pero mi padre, que pensaba que la ambición era el camino más seguro a la ruina y el oprobio, desoía cualquier esquema que pudiera mejorar mi situación o la de mis semejantes. Argüía que era pecado y me exhortaba, en medio de su último aliento, a continuar hollando el viejo camino, a seguir sus pasos y los de su padre antes de él, y que mi mayor ambición fuera la de caminar con honestidad en el mundo, sin mirar a derecha o izquierda, además de legar las hectáreas paternas a mis hijos, de modo que ellos pudieran disfrutar de una condición tan floreciente como la mía.
Sin duda, un campesino honesto y trabajador es uno de los miembros más útiles de la sociedad, y si dedicara mi talento al cultivo de la granja y la mejora de la agricultura, no sólo me beneficiaría yo mismo y mis allegados, sino, en cierto grado, la humanidad en su conjunto y no habría vivido en vano. Trababa de consolarme con reflexiones como estas en una fría y húmeda noche de fines de octubre. El brillante crepitar del fuego a través de la ventana del salon habría tenido más efecto en mi ánimo, reprendiendo mis ingratas cuitas, que todas las sabias reflexiones enmarcadas en mi mente-porque yo era aún muy joven, apenas tenía veinticuatro años y mi espíritu no había adquirido todavía la experiencia necesaria, por insignificante que pudiera parecer.
Sin embargo, todo ese paraíso de felicidad sería una quimera hasta que hubiera cambiado mis elegantes botas por un par de zapatos limpios y mi áspera chamarra por un abrigo respetable, adecuando y adecentando mi aspecto a la vida en sociedad, porque mi madre, a pesar de su bondad, era muy obstinada con respecto a ciertos particulares.
Al subir a mi habitación, me encontré en la escalera con una chica bonita e inteligente, de unos diecinueve años, de rostro un tanto orondo, sonrosadas mejillas, brillantes rizos y alegres ojos marrones. No necesito decirte que era mi hermana Rose. Conservaba aquella claridad en sus ojos desde el día que la vi por primera vez. Nada me decía entonces que años más tarde sería la esposa de un completo desconocido para mí, destinado a convertirse en un amigo más íntimo incluso que ella misma. Más íntimo que ese muchacho grosero de diecisiete años que se había atrevido a arrancarle el collar que lucía, recibiendo por su descaro un contundente golpe contra la lámpara de la pared, pero no sufriendo daño alguno, no sólo por su robusta composición sino por su redundante pelambrera de cortos rizos, castaño rojizos según mi madre.
Al entrar en el salón encontramos a la dama sentada en un sillón junto a la chimenea, trabajando en su labor de punto, según su costumbre cuando no tenía nada más que hacer. Había barrido el polvo de la chimenea y encendido un ardiente fuego para agasajarnos. El mayordomo acababa de traer la bandeja del té y Rose estaba removiendo el azucarero y la lata del té en el borde del armario de roble negro, que brillaba como ébano pulido, en el crepúsculo del animado salón. "



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