Memorias de la casa muerta (fragmento)Fedor Dostoievski
Memorias de la casa muerta (fragmento)

"En medio de las estepas, de las montañas y de los inextricables bosques de las más apartadas regiones de Siberia, se encuentran de vez en cuando pequeñas ciudades de mil o dos mil habitantes, con edificios de madera, bastante feas, y dos iglesias, una en el centro de la población y la otra en el cementerio; en una palabra, ciudades que más bien parecen aldeas de los alrededores de Moscú que ciudades propiamente dichas. La mayor parte de sus habitantes está compuesta de agentes de policía, asesores y otros empleados subalternos. Hace muchísimo frío en Siberia, es cierto, pero en cambio es muy lucrativo el servicio que allí prestan los funcionarios del Estado.
Son sus moradores gentes sencillas, sin ideas liberales y de costumbres antiguas que se han ido afianzando en el tiempo. Los empleados, que constituyen con perfecto derecho la nobleza de Siberia, son, o naturales del país, indígenas siberianos, o procedentes de Rusia. Estos últimos llegan directamente de la capital, seducidos por los elevados sueldos de que disfrutan, por las subvenciones extraordinarias para gastos de viaje, etc. y acariciando otras esperanzas no menos halagüeñas para el porvenir. Los que aciertan a resolver el problema de la vida, se establecen definitivamente en Siberia, resarciéndoles más tarde sobreabundantemente los copiosos frutos que recogen; en cuanto a los imprevisores que no saben resolver aquel problema, se aburren bien pronto y reniegan de Siberia y de la idea que se les ocurrió de solicitar aquel empleo.
Permanecen, devorados por la impaciencia, los tres años de su compromiso y se apresuran a repatriarse, hablando pestes de Siberia. Pero no tienen razón; es este país un verdadero paraíso no sólo por lo que concierne al servicio público, sino por otros muchos motivos. El clima es excelente; los comerciantes son ricos y hospitalarios y la población europea es muy numerosa. Las mujeres jóvenes, de moralidad intachable, semejan capullos de rosas. La caza corre por las calles al encuentro del cazador; se bebe champaña en abundancia; el caviar es exquisito y la mies produce a veces el quince por ciento; en una palabra, es una tierra bendita que basta saber aprovecharla, como suelen hacer muchos.
En una de estas ciudades-una ciudad alegre y muy satisfecha de sí misma, cuyos vecinos dejaron en mí un recuerdo imborrable- fue donde encontré al desterrado Aleksandr Petróvich Goriánchikov, ex gentilhombre y propietario ruso. Había sido condenado a trabajos forzados de segunda clase por haber matado a su esposa. Cumplida su condena-diez años de trabajos forzados- continuaba viviendo allí tranquilo y olvidado, en concepto de colono, en la pequeña ciudad de K. Habíase inscrito en uno de los cantones de los alrededores, pero residía en K., donde se ganaba la vida dando lecciones a los niños. "



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