Conversaciones de emigrados alemanes (fragmento) Goethe
Conversaciones de emigrados alemanes (fragmento)

"Federico se había enemistado con él ya varias veces, y últimamente ya ni siquiera lo trataba. La baronesa, con ingenio, sabía hacer que se midiera al menos momentáneamente. La señorita Luisa era la que más le daba que hacer porque, por cierto que a menudo injustamente, trataba de despertar sospechas respecto a su carácter y a su razón. El preceptor le daba la razón en silencio, el religioso se la negaba en silencio; y las camareras, para quienes la figura de él era atractiva y su liberalidad respetable, lo escuchaban complacidas porque se creían justificadas por las ideas de él a levantar ahora con orgullo sus delicados ojos, que antes habían bajado con modestia en su presencia.
Las necesidades del día, los obstáculos del camino, las molestias de los alojamientos obligaban a todos a concentrarse en un interés del momento; y el gran número de emigrados franceses y alemanes que encontraban doquiera y cuyo comportamiento y destino eran muy distintos eran con frecuencia motivo de que reflexionaran sobre las muchas causas que había en estos tiempos para practicar todas las virtudes, pero, en especial, la virtud de la imparcialidad y de la tolerancia.
Cierto día la baronesa hizo la observación de que nunca como en aquellos momentos de confusión y necesidad de generales se podía ver con tanta claridad cuán incultos, desde todo punto de vista, eran los hombres. "La vida civil", decía, "parece ser como una nave que traslada un gran número de personas, viejas y jóvenes, sanas y enfermas, por aguas peligrosas, aún en tiempos de tormenta; sólo en el momento en que la nave zozobra se ve quién puede nadar; y hasta los buenos nadadores sucumben en tales circunstancias.
Por lo general vemos cómo los emigrados en su desorientación llevan consigo sus errores y necias costumbres, y nos asombramos de ello. Pero así como el viajero inglés no se desprende de la marmita de té en ninguno de los cuatro continentes, así también el resto de los hombres son doquiera acompañados por orgullosas exigencias, vanidad, desmesura, impaciencia, obstinación, falta de criterio, por el placer de asestar algún golpe perverso a sus congéneres. El frívolo se alegra de la huida como si fuera un paseo, y el insatisfecho exige que todo se le ponga a su servicio, aun cuando actúa como un mendigo. ¡Raro es que se nos presente la pura virtud de un hombre que sea impulsado realmente a vivir para los otros, a sacrificarse por los otros!. "



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