Una princesa egipcia (fragmento)Georg Ebers
Una princesa egipcia (fragmento)

"Aquí Creso se levantó de su caballo, y acercándose al carruaje, exclamó: ¡Por fin nos hallamos en la última estación desde la que puede verse en el horizonte la alta torre del famoso templo de Bel, junto a las pirámides, una de las obras más gigantescas jamás construida por manos humanas! Antes de la puesta de sol, habremos llegado a las puertas de Babilonia y ahora querría pedirte que bajaras y me dejaras enviar tus doncellas a casa, porque aquí hay que vestirse con ropa persa, para presentarse con un atuendo favorable ante los ojos de Cambises.
Dentro de unas horas estarás delante de su futuro esposo. ¡Pero estás pálida!, permite que tus doncellas adornen tus mejillas con un color que semeje la emoción de la alegría. La primera impresión es muchas veces la definitiva, y esto es especialmente cierto con respecto a Cambises. Si, lo cual no dudo, eres agradable a sus ojos desde un principio, habrás ganado su amor para siempre, pero si le desagradas nunca volverá a mirarte con buenos ojos otra vez, porque es áspero y duro. Pero ten coraje, hija mía, y sobre todo no olvides el consejo que te he dado.
Nitetis secó sus lágrimas: ¿Cómo podré darte las gracias, Creso, mi segundo padre, mi protector, mi consejero, por toda tu bondad. No me desampares en los días venideros y si el camino de mi vida debe atravesar la senda del dolor, permanece cerca para ayudarme y guiarme, como lo hiciste en la montaña, a pasar por este largo y peligroso viaje. Mil veces te doy las gracias, padre mío.
Y, al decir estas palabras, la joven se abrazó al anciano y lo besó tiernamente. Al entrar en el patio, un hombre alto y corpulento, seguido por un séquito de doncellas, se adelantó a su encuentro. Éste era Boges, el jefe de los eunucos, un funcionario importante en la corte persa. Su rostro imberbe tenía una sonrisa de efusiva dulzura, y en las orejas, cuello, brazos y piernas, colgaban costosas joyas. Llevaba un vestido largo afeminado que brillaba por todas partes con cadenas de oro y anillos, y sus rizos suaves, perfectamente enlazados, despedían un perfume fuerte y penetrante.
Haciendo una reverencia ante Nitetis y manteniendo al mismo tiempo sus gruesas manos, repletas de anillos, ante su boca, se dirigió a ella: "Cambises, señor del mundo, me ha enviado a ti, oh Reina, y permíteme rociar tu corazón con el beneplácito del sincero saludo. Él, el más poderoso de los gobernantes, me ha enviado a mí, el más bajo de sus siervos, para guiar a su consorte hacia las puertas de los aqueménides. Estas mujeres que ves a tu alrededor son tus siervas, y sólo esperan tu consentimiento para ser adornada con las joyas y fatuos persas.
El capitán del caravasar apareció entonces, trayendo en señal de bienvenida una cesta de apetitosas frutas dispuestas con excelente gusto.
Nitetis agradeció a ambos sus amables palabras y gestos, y luego entró en la casa para quitarse los vestidos y adornos de su tierra natal, llorando desconsoladamente mientras lo hacía, y permitiendo a las extranjeras desatar la trenza de su pelo, que le caía por el lado izquierdo de su semblante, y que era la marca distintiva de una princesa egipcia. "



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