El ángel del odio (fragmento)Lajos Zilahy
El ángel del odio (fragmento)

"Extraña, extraña fue aquella noche de verano.
Un ángel de odio batía su tambor en el cielo. A las ocho de la noche el catafalco estaba dispuesto en el vestíbulo de palacio, donde durante toda la noche fue velado por lacayos ataviados con las suntuosas libreas de los Dukay. Innumerables coronas recubrían los muros. Sobre un almohadón de terciopelo yacían las condecoraciones papales, el collar del Toisón de Oro, la Corona de Hierro de primera clase, la Gran Cruz de la Orden del Papa, la legión de Honor francesa, en total unas dieciséis condecoraciones. Al día siguiente, a primera hora de la mañana, el público comenzó a acudir. Todos contemplaban el rostro de papá como si fuese el de un Tutankamón húngaro bajo una máscara de oro, el difunto faraón de una exótica belleza viril, con sus riquezas, rango, alegría y frivolidad. Supongo que contemplaban también su vida, como si hubiese transcurrido veloz, montada en una carroza engarzada de joyas, tirada por ocho caballos, o bien como si recordase un cañón de museo, un objeto pasado de moda que ya no se fabrica en los talleres del siglo XX.
Por la noche acompañamos el féretro a Ararat. El castillo estaba dispuesto con toda su pompa funeraria. el día 3, domingo, por la mañana, se dijo una misa de difuntos en la capilla del castillo, oficiada por tío Zsigmond. en el vasto patio en forma de U se reunieron más de mil personas, en completo silencio.
Parecía que hasta las fuentes quisieran superarse a sí mismas para la ocasión. los chorros se elevaban de forma inusitada y caían formando un irisado polvillo de agua bajo la luz del sol.
Nosotros, los familiares, esperábamos en el gran salón rojo, que estaba iluminado por esa luz verde-oro que reluce en el dorso de algunos escarabajos. Las ramas del venerable nogal silvestre filtraban la luz, que penetraba por los ventanales, bañando no sólo los marcos de los cuadros, sino también los zapatos de Kristina y la punta de la nariz episcopal de tío Zsigmond. Te cuento estos detalles para que puedas juzgar lo irreal que me parecía todo lo que me rodeaba. La casa en la que yo había nacido y crecido me resultaba, después de haber vivido unos años en nueva York, totalmente extraña. Debido a la gran profundidad de la habitación y a la antigüedad de los muebles y pinturas, el ambiente evocaba el de una corte principesca en Florencia, o el de los grandes castillos del Loira en los días anteriores a la revolución Francesa, o quizá, aun más, el del Tiers État post-napoleónico, lo cual, mientras viví aquí jamás había detectado. Mamá estaba de pie en el centro de la habitación, con su habitual porte regio. A su derecha se hallaban Kristina y Zia, totalmente cubiertas con tupidos velos de luto. Sólo sus rostros permanecían al descubierto. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com