Encanto y compañía (fragmento)Edith Wharton
Encanto y compañía (fragmento)

"Durante mucho tiempo, se había limitado al intercambio de unas cuantas cartas rutinarias, escritas con indiferencia por parte de la hija, y con dificultad por parte de la señora Manstey, cuya mano derecha se estaba quedando rígida por culpa de la gota. Aunque hubiera echado más en falta la compañía de su hija, la enfermedad degenerativa de la señora Manstey, que le hacía temer los tres tramos de escalera que había entre su cuarto y la calle, la habría hecho desistir en la víspera de tan largo viaje. Sin duda, y por estos motivos, hacía tiempo que había aceptado como normal su vida solitaria en Nueva York.
En realidad no estaba tan sola, pues algunos amigos todavía hacían el esfuerzo de subir de vez en cuando a su habitación, pero las visitas se iban haciendo menos frecuentes con los años. La señora Manstey no había sido una mujer sociable, y mientras vivía su marido le bastaba con la compañía de éste.
Durante muchos años había abrigado el deseo de vivir en el campo, de tener un gallinero y un jardín; pero este anhelo se había desvanecido con el tiempo, dejando únicamente en el corazón de esta mujer tan poco comunicativa una ternura imprecisa por las plantas y los animales. Quizá era esta ternura la que la hacía aferrarse con tanto fervor a las vistas de su ventana, unas vistas en las que la persona más optimista habría tenido en un principio dificultades para descubrir algo digno de admiración.
Desde su mirador privilegiado (una ventana curva ligeramente saliente, donde crecía una hiedra y una serie de bulbos de aspecto insano), la señora Manstey miraba en primer lugar el jardín de su pensión del que, no obstante, sólo podía tener una visión limitada. Aun así, su mirada abarcaba las ramas más altas del ailanto que había bajo su ventana, y sabía de memoria cómo el macizo de Dicentra formaba muy pronto cada año corazones rosas con su tallo doblado.
Pero más interés tenían los jardines allende el suyo. Al estar adosados la mayoría de ellos a pensiones, se encontraban en estado de suciedad y desorden crónicos, determinados días de la semana con prendas variadas y manteles deshilachados. "



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