El mentiroso (fragmento)Henry James
El mentiroso (fragmento)

"Las paredes estaban adornadas con litografías antiguas, principalmente retratos de hacendados con cuellos altos y guantes de montar a caballo, lo que le llevó a pensar, no sin cierto alivio, que en aquella casa la tradición del retrato era algo que se tenía en estima. Encontró también la consabida novela de Le Fanu en la mesita de noche, lectura ideal en una casa de campo pasada la medianoche. Oliver Lyon apenas pudo reprimir los deseos de comenzar a leerla mientras se abotonaba la camisa.
Y tal vez eso hizo que no sólo se encontrara a todo el mundo ya reunido en el vestíbulo cuando bajó, sino que además percibió, por la inmediatez con que se desplazaron todos para cenar, que lo habían estado esperando. No hubo tiempo de que le presentaran a ninguna dama, así que salió junto a un grupo de hombres solos, sin pareja. Los más rezagados, como de costumbre, caracolearon ante la puerta del comedor. El desenlace de esta pequeña comedia fue que él llegó el último a la mesa, lo que le hizo pensar que se hallaba en una compañía suficientemente distinguida ya que, si lo hubieran menospreciado—que no lo hicieron— no habría podido consolarse pensando que aquél era el destino más probable para un joven artista como él, esforzado y oscuro. Lo cierto es que, muy a su pesar, no podría seguir considerándose joven durante mucho más tiempo, y si su posición no era tan brillante como debiera, no podía seguir justificándose a sí mismo con la excusa del artista que lucha por abrirse camino. Disfrutaba de cierto prestigio y, por lo visto, se encontraba en una reunión de personas prestigiosas, idea que se añadió a la curiosidad con la que, tras sentarse en su sitio, inspeccionó la extensa mesa.
Se trataba de una cena muy concurrida: veinticinco personas. Una ocasión un tanto extraña para invitarlo, puesto que no podría rodearse de esa tranquilidad tan necesaria para llevar a cabo un buen trabajo. Sin embargo, la contemplación del espectáculo de la comedia humana en sus momentos de esparcimiento era algo que jamás había interferido en su trabajo. Y, aunque no lo supiera, en Stayes nunca reinaba la tranquilidad.
Cuando le era posible trabajar bien se encontraba en ese feliz estado—el más feliz de todos los estados para un artista— en el que las cosas en general sirven para enriquecer el proyecto en particular, se fusionan con él, logran que avance y lo justifican. En esos instantes llegaba a pensar que no podía sucederle nada en el mundo—ya surgiera bajo la apariencia del desastre o del sufrimiento— que no supusiese una verdadera mejora para su obra. "



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