El testamento del hijo pródigo (fragmento)Soma Morgenstern
El testamento del hijo pródigo (fragmento)

"Un simple campesino es en realidad la más complicada de las criaturas de este mundo, por mucho que se diga. Y un verdadero campesino no se apresura jamás por voluntad propia.
Los vecinos habían ya cumplido con las tareas livianas de
la mañana. Habían dado de comer a los animales del corral,
al igual que a las vacas y a los caballos, y dispuesto al alcance de la mano los aperos. En el interior, las mujeres preparaban el desayuno. Un día de cosecha es algo rudo, pero una conversión entre vecinos puede resultar provechosa. Cuatro ojos ven más que dos. Si a un vecino se le va la cabeza—aun cuando fuera judío—, ello puede propiciar que un cristiano añada una parcela más a su campo. Cuanto más pequeño sea el tuyo, más grande será el mío...
El sol, los dos hombres se daban entretanto perfecta cuenta, había ya subido a la altura de tres o cuatro campesinos por encima del horizonte, cuando Iwan Kobza y Onufryj Borodatyj se pusieron de acuerdo en que a Schabse Punes, el astuto tratante, se le había ido la cabeza: hete aquí por qué estaba a punto de ir a la capital del distrito un lunes, cuando en ningún lugar del mundo se celebra mercado ese
día, con la intención manifiesta de dar de nuevo allí con su
cabeza. Y sin embargo no eran más que las primeras horas de
la mañana. La plata centelleante del rocío nocturno envolvía
todavía las hierbas y las hojas soñolientas.
—Sin Mechzio no lo logrará —sentenció Kobza.
—No —dijo Borodatyj—, no puede llevar su comercio de caballos sin el cuñado. Pero con las tierras, la cosa no
aguantará mucho tiempo.
—¿Acaso Walko, el Semental, no podría...? —sugirió Kobza, tanteando sibilinamente al otro—. ¿Un hombre tan fuerte...?
—¡Ah, ése! —le espetó Onufryj—. Fuerte, sí es. Fuerte como un caballo. Pero tiene también el seso de un caballo... —Y para demostrar que captaba bien la astucia de Kobza, dio una cabezada pensativa con su testa peinada a tazón y precisó—: Quizá el Cólera podrá, a pesar de todo.
—No. Te digo que no. No podrá.
—¿Quién ha layado el huerto? —preguntó Onufryj.
—Mechzio —respondió Iwan.
—¿Quién ha cuidado del vergel? —preguntó Onufryj.
—Mechzio —entonó Iwan.
—¿Quién ha labrado? ¡Mechzio! —cantó Onufryj.
—¿Quién ha sembrado? ¡Mechzio! —moduló Onufryj.
—¿Quién ha cosechado? ¡Mechzio! —cantó Onufryj.
—¿Quién ha batido el grano? ¡Mechzio! —moduló de nuevo Iwan.
—¿Y quién... será apaleado? —preguntó Onufryj, el más astuto de ambos, para dar a la conversación unos visos de broma.
—Mechzio —confirmó Kobza, satisfecho también él de ver que una inocente chanza ponía término a la discusión.
Y es que en su casa, en el zaguán, estaba ya una mujer de
aspecto imponente, que con voz fuerte llamaba al orden a los dos hombres:
—¿Qué pasa? ¿Es hoy día de fiesta? ¡Qué charlatanes estáis hechos los dos!
La sopa de la mañana estaba ya servida. Kobza consideró que era buena señal que su espabilada esposa le hubiera preparado el desayuno más prontamente que la señora Borodatyj. "



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