El tesoro de Sierra Madre (fragmento)Bruno Traven
El tesoro de Sierra Madre (fragmento)

"Dobbs se quedó admirado y no daba crédito a sus ojos.
Regresó al banco. En realidad no esperaba nada. Como mucho había pensado conseguir diez centavos. Acarició el peso dentro de su bolsillo. ¿Qué haría con aquel tesoro? ¿Cenaría y comería, o cenaría dos veces? Tal vez sería mejor comprar diez paquetes de cigarrillos «Artistas» o tomar cinco tazas de café con pan francés.
Después de profundas reflexiones dejó el banco y caminó hasta el Hotel Oso Negro.
En su país el Hotel Oso Negro no habría sido considerado como tal, e incluso aquí en la República, en donde los buenos hoteles son raros, éste no podía situarse entre los aceptables, pues era una especie de mesón.
El auge estaba en su mayor esplendor y, por ello, los buenos hoteles eran caros. Y como el apogeo había llegado rápidamente, sin dar tiempo a la construcción de buenos hoteles, había muy pocos y los propietarios de éstos pedían de diez a quince dólares por un cuartito que no tenía otro mobiliario que una cama, una silla y una mesita. Lo más que el huésped podía esperar era que la cama estuviera bien cubierta con un mosquitero y que día y noche hubiera agua fría en las duchas.
En el piso bajo del Hotel Oso Negro había una tienda atendida por un árabe, en la que se vendían zapatos, botas, camisas, jabón, perfumes, ropa interior para damas y toda clase de instrumentos musicales. A la derecha había otra tienda que vendía sillas para escritorio, libros sobre localización y perforación de pozos petrolíferos, raquetas de tenis, relojes, periódicos y revistas americanas, recambios para automóviles y linternas. El propietario de este establecimiento era un mexicano que hablaba bastante bien inglés, como anunciaba con grandes letras en los escaparates.
Entre ambas tiendas había un corredor que conducía al patio del hotel. El corredor estaba separado de la calle por un pesado zaguán que permanecía abierto día y noche.
En el segundo piso había cuatro habitaciones con vistas a la calle y cuatro con vistas al patio. Difícilmente podría pintarse la pobreza de las habitaciones que se ofrecen en esa clase de hoteles y por las que, sin embargo, no se pagaban menos de doce dólares diarios, por supuesto sin incluir el baño. En el hotel había sólo dos duchas de agua fría, la caliente no se conocía. Las duchas servían a todos los huéspedes del hotel y el agua se acababa muy a menudo porque el depósito contenía una cantidad limitada, que la mayoría de las veces se obtenía comprándola a los aguadores, que la conducían a lomos de un burro en latas que habían sido de petróleo.
De los cuartos del hotel, sólo dos exteriores y dos interiores eran alquilados; los restantes los ocupaban el propietario y su familia. El dueño, un español, raras veces se dejaba ver, pues había encargado todos los asuntos del negocio a sus empleados.
El verdadero negocio del hotel no consistía en el alquiler de los cuartos, que permanecían vacíos semanas enteras porque el precio que se pedía por ellos, a pesar de la abundancia de dinero proporcionada por el auge, era considerado un robo, y porque los huéspedes no soportaban más de dos horas los chinches que infestaban las camas, y tenían que salir huyendo en busca de otro sitio en el que pasar la noche. El propietario no hacía rebaja alguna a los precios, y sólo ocasionalmente mandaba quitar los chinches de las camas, en las que, después de esas ocasionales limpiezas quedaban, de cada cien chinches, noventa que continuaban su placentera vida. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com