Bob, hijo de la batalla (fragmento)Alfred Ollivant
Bob, hijo de la batalla (fragmento)

"Por la mañana, el chico se deslizaba silenciosamente de la casa mientras su padre aún dormía y sólo el rojo Wull tendió su faz cuando el muchacho pasó y gruñó con avidez.
A veces, padre e hijo actuaban así durante semanas sin apenas verse el uno al otro. Y ése era en realidad el objetivo de David, un juego astuto para evadirse que le había librado de más de una salvaje paliza.
El hombrecillo parecía desprovisto de todo afecto natural por su hijo, pero prodigaba todo el cariño que su naturaleza era capaz de proporcionar al Tyke sin cola, al que los hombres del valle llamaban el rojo Wull. Trataba al perro con una ternura tal que hacía sonreír a David amargamente.
El pequeño hombre y su perro se parecían física y moralmente. Cada uno parecía ostentar un profundo rencor contra el mundo. Cada uno de ellos era un Ismael entre los suyos.
Los veías así, de pie, como leprosos, en el torbellino de la vida; y lo sintieron como una revelación en alguna noche tranquila, jugando juntos, envueltos en el juego, inocente, tierno, olvidando el mundo hostil. Nunca se habían separado, excepto cuando M´Adam llegó a casa a través del camino de Kenmuir. Después de ese infortunio, nunca permitió que su amigo le acompañara en el viaje a través del territorio enemigo, porque bien sabía que los perros tienen muy buena memoria.
El rojo Wull lo seguiría hasta la estela de la pista y allí permanecería con su gran cabeza asomando entre los barrotes, observando cómo su maestro se perdía en la lejanía, y luego giraría, a trote, independiente y desafiante, robusto y hosco, hacia el pueblo-¡Ay de aquel hombre o perro que se interpusiera en su curso! Y así sucesivamente más allá de la tienda de Ross, más allá de la armería de Sylvester, a la derecha de la herrería de Kirby, para esperar a su amo en el borde inferior de la Stony.
El hombrecillo, cuando cruzó Kenmuir, a menudo se encontraba con Bob, que pululaba libremente por la finca. En esas ocasiones, pasaba discretamente porque, aunque no era un cobarde, no trataría de atacar con una sola mano a un perro gris de Kenmuir, mientras que el perro trotaba con sobriedad, con un brillo acerado en sus ojos grises que traicionaba su conocimiento de la presencia del enemigo. Era cierto, sin embargo, que el pequeño hombre, en su deseo de espiar la desnudez de la tierra, se había desviado del camino, por lo que seguramente una figura gris podría surgir del silencio azul, ahíta de fiereza, en medio de los frenéticos abucheos de cualquiera de los peones que fueran testigos del encuentro. "



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