La Fanfarlo (fragmento)Charles Baudelaire
La Fanfarlo (fragmento)

"Una tarde, Samuel tuvo deseos de salir; el clima estaba agradable y perfumado. Tenía, según su gusto natural por los excesos, hábitos de reclusión y disipación tan violentos como prolongados, y desde hacía ya mucho tiempo que permanecía fiel a su vivienda. La pereza maternal y la holgazanería criolla que recorrían sus venas le impedían padecer el desorden de su recámara, de su ropa y de sus cabellos excesivamente sucios y enmarañados. Se peinó, se aseó y, unos minutos después, supo recobrar el porte y el aplomo de aquellas personas para quienes la elegancia es cosa de todos los días; luego abrió la ventana. Un día cálido y dorado se precipitó entonces en la polvorienta habitación. Samuel se admiró al ver cómo la primavera se había encendido tanto en tan pocos días, y sin siquiera anunciarse.
Un cálido aire impregnado de dulces aromas penetró su nariz, del cual una parte subió hasta su cerebro, llenándolo de ensueño y deseo, y la otra le removió libertinamente el corazón, el estómago y el hígado. Apagó resueltamente dos velas, de las cuales una aún palpitaba sobre un volumen de Swedenborg, mientras la otra se extinguía sobre uno de esos vergonzosos libros cuya lectura no es provechosa sino para aquellos espíritus poseídos por un inmoderado gusta por la verdad.
Desde lo alto de su soledad, atestada de papeles, pavimentada de libros y poblada de sueños, Samuel a menudo veía pasearse, en una calleja de Luxemburgo, una silueta y una figura que él había amado en provincias –a la edad en que se ama al amor–. Sus rasgos, aunque maduros y ensanchados por los años de práctica, tenían la gracia profunda y decente de la mujer honesta; en el fondo de sus ojos brillaba todavía, en pequeños intervalos, la húmeda fantasía de una joven muchacha. Iba y venía habitualmente acompañada por una elegante criada, cuyo rostro y aspecto delataba más bien a la confidente y dama de compañía que a la sirvienta. Parecía buscar los lugares más solitarios, y tristemente se sentaba con actitud de viuda, teniendo a veces entre sus distraídas manos un libro que fingía leer.
Samuel la había conocido en los alrededores de Lyon, joven, alerta, traviesa y más delgada. A fuerza de observarla y, por así decirlo, de reconocerla; había desempolvado de su imaginación uno a uno todos los recuerdos interesantes referentes a ella. Se contaba a sí mismo, detalle a detalle, toda esa historia de juventud que, desde entonces, se había perdido entre las preocupaciones de su vida y el dédalo de sus pasiones. "



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