Philip y los otros (fragmento)Cees Nooteboom
Philip y los otros (fragmento)

"Así aprendí a conocer a mi tío Alexander. Tenía un rostro macilento y ajado, cuyas arrugas caían en vertical. Su nariz era hermosa y estrecha; y sus pobladas cejas, negras y encrespadas, como el plumaje de los pájaros viejos. Tenía mi tío Alexander una boca ancha y rosada, y solía cubrirse con un casquete judío, aunque él no lo era, y creo, sin estar seguro, que no tenía pelo bajo la gorreta. Aquella noche celebré la primera auténtica fiesta de mi vida. Apenas había nadie en el autobús y pensé: un autobús por la noche es como una isla en la que vives casi en soledad.
Puedes ver tu cara reflejada en los cristales y distinguir las conversaciones de la gente, como suaves matices, por encima del ruido del motor. Las pequeñas luces amarillas alteran los objetos de dentro y de fuera, y el níquel de las ventanillas vibra por los guijarros de la carretera. Como hay tan poca gente el autobús apenas se detiene. Puedes entonces imaginarte su aspecto desde fuera, avanzando a lo largo el dique con sus grandes ojos delante, los rectángulos amarillos de las ventanas y las luces rojas detrás.
Mi tío Alexander no se sentó a mi lado, sino en el extremo opuesto, porque según me confesó, «si hay que hablar entre nosotros, ya no es una fiesta». Y es cierto. Veía su imagen reflejada en la ventana, detrás de mí, y aunque parecía dormir, sus manos se deslizaban de un lado a otro sobre el maletín que llevaba consigo. Me habría gustado preguntarle por el contenido del maletín, pero supuse que no me lo diría.
Nos apeamos en Loosdrecht y caminamos hasta llegar al lago. Allí mi tío Alexander abrió el maletín y extrajo de él un resto de lona vieja que extendió sobre la hierba, porque es-taba muy mojada. Nos sentamos cara a la luna, que rielaba sobre las aguas, ante nosotros, con verdes destellos. "



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