El primer maestro (fragmento)Chinguiz Aitmátov
El primer maestro (fragmento)

"Tenemos en nuestro aíl infinidad de árboles; pero estos álamos son excepcionales: tienen su propia idioma y, al parecer, su propia alma cantante. A cualquier hora que llegues, de día o de noche, se balancean entrechocando sus ramas y, entrelazando sus hojas, susurran sin cesar en multiforme gama de inefable armonía.
Luego, muchos años después, comprendí el misterio de los dos álamos. Están sobre una elevación abierta a todos los vientos y responden al menor movimiento del aire; cada hoja recoge, sutil, el más mínimo soplo.
Pero el descubrimiento de esta sencilla verdad no me desencantó en absoluto, no me ha hecho perder aquella percepción infantil que conservo hasta hoy. Y aun ahora, los dos álamos, erguidos sobre el cerro, me parecen extraordinarios, con vida propia. Allá, junto a ellos, ha quedado mi infancia, como un maravilloso fragmento de cristal verde...
El último día de clase, antes de las vacaciones veraniegas, los chiquillos veníamos aquí corriendo a buscar nidos de pájaros. Cada vez, que, gritando y silbando, subíamos al cerro, los álamos gigantes, balanceándose de un lado al otro, parecían saludarnos con su fresca sombra y el susurro acariciador de su follaje. Y nosotros, descalzos, ayudándonos mutuamente, nos encaramábamos por troncos y ramas, provocando la alarma de los pájaros, que revoloteaban en bandadas piando sobre nuestras cabezas. ¡Pero qué nos importaba! Trepábamos más y más alto: ¡a ver quién era el más valiente, el más diestro! Y, súbitamente, desde una enorme altura, a vista de pájaro, se abría ante nosotros, como por arte de magia, un mundo maravilloso de espacio y de luz. La magnificencia de la tierra nos sorprendía. Conteniendo la respiración, fascinados, cada uno en su rama, nos olvidábamos de nidos y de pájaros. La caballeriza del koljós considerada por nosotros el mayor edificio del mundo, parecía desde allí un pequeño cobertizo. Y detrás del aíl, en confuso espejismo, se perdía la inmensidad de la estepa virginal. Contemplábamos sus lejanías, de un gris azulado, que se extendían hasta perderse de vista, y veíamos otras muchas tierras, antes ignotas, ríos desconocidos, que parecían finos hilos plateados en el horizonte. Escondido entre las ramas pensábamos: ¿será esto el fin del mundo, o hay también más allá este mismo cielo, estas mismas nubes y estepas, estos mismos ríos? Agazapados, suspensos, oíamos los sobrenaturales gemidos del viento y cómo las hojas, a modo de respuesta, susurraban a coro, cual si nos hablaran de regiones atrayentes y enigmáticas, escondidas allende las lejanías de un gris azulado.
Oía el murmullo de los álamos y mi corazón palpitaba con fuerza, lleno a la vez de pavor y de gozo; y envuelto en el embrujo de este suave e incesante susurro, me esforzaba en imaginar cómo serían aquellas distantes lejanías. Sólo había una cosa en la que yo no pensaba por aquel entonces: ¿quién había plantado aquí estos árboles? ¿En qué soñaba, de qué hablaba ese ser desconocido al asentar en la tierra las raíces de los arbolitos? ¿Con qué esperanza los plantó aquí, en el altozano? "



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