Estampas de Italia (fragmento)Charles Dickens
Estampas de Italia (fragmento)

"París, huelga decirlo —según traqueteaba el coche cerca de la lúgubre morgue y cruzaba el Pont Neuf— no resultaba tan atractiva como para reprocharnos que saliéramos un domingo por la mañana. Las tabernas —segundas residencias de la gente— comenzaban su rugiente andadura; se desplegaban los toldos y se iban acomodando las sillas y las mesas en las terrazas de los cafés: momento preparatorio de los helados y los refrescos que serían comidos y bebidos a lo largo del día. En los puentes se concentraban los limpiabotas, muy ocupados; se abrían las tiendas y los carros y vagonetas comenzaban a transitar de un lado para otro. Las calles, como embudos al lado del río, estrechas y empinadas, ofrecían apretadas perspectivas de gentío y trajín; gorras de cuadros, pipas de tabaco, blusones, botas altas, pelos desgreñados. A esa hora nada remitía a un día de descanso, a no ser las familias que, aquí y allí, estaban de celebración, hacinadas en un coche pesado, grande y viejo; o algunos contemplativos vacacionales, vestidos de la manera más relajada y despreocupada, asomados a las ventanas de las buhardillas, observando —los caballeros— cómo se secaban en el poyete de fuera sus zapatos, recién cepillados, o —las señoras- cómo se aireaban sus medias en el sol, todo ello con esa calma que da la previsión.
Una vez libres del inolvidable o imperdonable adoquinado que cubre parís y sus alrededores, los primeros tres días de viaje hacia Marsella fueron bastante tranquilos, e incluso monótonos: Sens, Avallon, Chalons. Un mero apunte de un solo día bastaría para describir cualquiera de los otros dos: aquí va. Tenemos cuatro caballos y un postillón, con un látigo muy largo y que conduce el carruaje como si fuera el correo de San Petersburgo en el circo de Astley o Franconi: sólo que sentado sobre su caballo en lugar de puesto en pie. Las enormes botas que calzan estos postillones tienen a veces uno o dos siglos de antigüedad. Disparatadamente desproporcionadas en relación a los pies del jinete, la espuela, situada en el lugar en el que aparece el tobillo, termina a mitad de la caña de la botas. Generalmente el hombre sale del establo con el látigo en las manos y los zapatos puestos y saca, en las manos, el par de botas y las plantas en el suelo junto al caballo, con una profunda gravedad, hasta que todo está listo. Cuando consigue dejarlo todo preparado —y ¡santo Dios! la importancia que le dan— se planta dentro de las botas, con zapatos y todo, o un par de amigos lo levantan y lo meten dentro de ellas. Luego ajusta el arnés, estampado con las obras de las incontables palomas que hay en el establo. Hace que los caballos coceen y luego, enloquecido, descarga el látigo sobre los caballos, grita «¡En ruta! ¡Vamos allá!» y ahí que nos vamos. "



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