Los mutilados (fragmento)Hermann Ungar
Los mutilados (fragmento)

"Almorzaba en un pequeño restaurante situado cerca del banco. La tarde transcurría lo mismo que la mañana. Después de las seis, Franz Polzer recogía los papeles y los lápices, cerraba el cajón del escritorio y se iba a casa. La viuda le llevaba a la habitación una cena sencilla. Él se quitaba los zapatos, la chaqueta y el cuello de la camisa. Después de cenar, dedicaba una hora a leer atentamente el periódico. Después, se acostaba. Dormía mal pero casi nunca soñaba o, si acaso, soñaba que había olvidado cuáles eran sus iniciales, que todos los días repetía cien veces, o que se le había paralizado la mano, o que el lápiz no escribía.
Por la mañana, Polzer se levantaba como todos los días y empezaba su jornada igual que todas las demás. Estaba malhumorado y deprimido, pero nunca se le ocurrió pensar que también hubiera podido hacer otras cosas que no fueran estar sentado a su escritorio del banco, que uno podía levantarse tarde, salir a pasear, desayunar dos huevos fritos en un café y almorzar en un buen restaurante.
De las interrupciones de esta monotonía, una se quedó grabada profundamente en Polzer: la muerte de su padre.
Franz Polzer nunca se sintió unido a su padre. A ello contribuyó sin duda el que su madre muriera poco después de nacer él. Quizá ella habría conseguido mitigar las diferencias. El padre era un pequeño comerciante de pueblo. El niño dormía en una habitación de la trastienda. El padre era un hombre duro, trabajador e inaccesible. Desde niño, Franz Polzer tuvo que ayudar en la tienda, lo cual apenas le dejaba tiempo para los deberes. No obstante, el padre exigía buenas notas. Cierta vez en que le llevó un suspenso, lo tuvo cuatro semanas sin cenar. Por aquel entonces, Polzer tenía diecisiete años. "



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