Ladrón de mapas (fragmento)Eduardo Lago
Ladrón de mapas (fragmento)

"De niña me apasionaban los mapas. Me pasaba las horas muertas contemplando Sudamérica, África o Australia, soñando con la gloria de la exploración. Por aquel entonces había en los atlas numerosos espacios en blanco, y cuando mi atención recaía en alguno que me parecía singularmente evocador (sólo que no había ninguno que no me lo pareciera), clavaba el dedo en él, diciendo: "Cuando sea mayor iré ahí". Joseph Conrad. El corazón de las tinieblas.
Me asomaba al espacio virtual sin buscar nada en concreto y dejaba que mis pensamientos fueran por donde se les antojara. Es curiosa la manera que tenemos de relacionarnos con los demás hoy día. Hemos incorporado a nuestras vidas un mundo paralelo. Nuestra conducta, la percepción misma de la realidad han cambiado. Estando delante de un monitor, nos tropezamos con circunstancias que determinan el curso de nuestra vida. Webstories, como dice Nicole. La historia que me contó de su amiga Pauline, sin ir más lejos. Descubrió que su marido, Patrick, tenía una amante porque un día, al ir a usar el ordenador, vio que él se había dejado abierto su correo electrónico. En la bandeja de entrada aparecía decenas de veces el nombre de una tal Rosanna. Pauline no le dijo nada a su marido. Un programa le permitió detectar el lugar desde el que se enviaban los correos electrónicos. Tiene gracia. Procedían de un estudio de arquitectura ubicado en Montparnasse. Ni corta ni perezosa, Pauline se presentó allí y preguntó por la tal Rosanna. Resultó ser una chica muy joven y atractiva, que salió un momento a verla sólo para decirle que no la podía recibir porque tenía un almuerzo de trabajo. Pauline se limitó a entregarle un sobre con los correos que le había escrito a Patrick y se fue. Al salir del edificio vio a su marido aparcado en doble fila. O sea que el almuerzo era con él. ¿Qué te parece mi webstory? me preguntó Nicole. Falta el final, dije. Oh, sí, claro, respondió. Se separaron. ¿Te cuento otra? Contesté que sí, divertida, y Nicole me contó la webstory de Agnès y Robert. Te doy la versión ultracorta: se conocieron a través de un anuncio que puso ella en una página de contactos. Se citaron en una librería junto al Sena, llevan cuatro años juntos, tienen dos niños y según ellos son felices. Es más sosa que la otra, dijo, pero no deja de tener su gracia.
Con el prólogo me tropecé por pura casualidad. Una noche apareció de repente en la pantalla. Lo leí, pedí los relatos que se ofrecían remitiendo mi dirección electrónica y apagué el ordenador, un poco confundida. Demasiados estímulos. Además, había algo en aquel prólogo que había despertado en mí una cierta inquietud, aunque no acababa de dar con lo que era. Supuse que en realidad no era nada. Tras cinco años en Tokio trabajando cincuenta horas a la semana en un estudio de arquitectura, era normal que se hubiera apoderado de mí aquella mezcla de hiperestesia e indolencia. "



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