Rosas de otoño (fragmento)Jacinto Benavente
Rosas de otoño (fragmento)

"PEPE.— ¡Bravo, bravo!... ¡Muy bien!
GONZALO.— ¡Hola, hola!
ISABEL.— ¡María Antonia! ¿Cómo estás?
MARÍA ANTONIA.— ¡Isabel!
PEPE.— Si venimos a interrumpir... Continúen ustedes, continúen ustedes.
GONZALO.— Ya lo veis; el mejor ejemplo. Conste que no os habíamos visto llegar; no estaba preparado. Nos habéis sorprendido, lo que se dice sorprendido; eso os probará que estos momentos de dichosa intimidad no son tan raros en nuestra vida. Sería mucha casualidad que llegarais a punto de presenciar uno si fueran tan raros. Creedme, hijos míos: fuera del matrimonio, de la familia, no hay verdadero cariño, no hay nada; esta es la única, la verdadera felicidad.
MARÍA ANTONIA.— Hoy está papá de buen humor.
ISABEL.— (Bajo a MARÍA ANTONIA.) Desde hace un instante; desde que recibió unas cartas; por fortuna, era el último correo, el del Casino.
MARÍA ANTONIA.— ¡Pobre Isabel! ¡Qué desgraciadas somos las mujeres!
ISABEL.— Yo, no. ¡Qué tontería! ¿Seguimos así?
MARÍA ANTONIA.— ¡Ya te contaré!
GONZALO.— Oye, Pepe. Tenemos que hablar muy seriamente.
PEPE.— Cuando quieras.
GONZALO.— Ya tendíamos ocasión. Oye, ¿en qué piececilla trabaja esa muchacha de que me hablaste? Porque fui al teatro la otra noche, por casualidad, y no vi nada que valiera la pena.
PEPE.— Ha estado unos días sin trabajar; estuvo despedida de la compañía por un disgusto con el director, muy justificado; le está repartiendo un trabajo imposible; todo porque él tiene que ver con la Vélez, que canta como un gato y se viste...
GONZALO.— ¿Se viste? No hará fortuna.
PEPE.— La otra, en cambio, es una monada. El público va por ella; un éxito cada obra; tiene no sé qué..., ¿sabes?, mucho saliente, mucha personalidad...
GONZALO.— ¡Calla, calla! Pareces una mamá de tiple.
PEPE.— ¿Era de eso de lo que tenías que hablarme?
GONZALO.— No; ¡qué disparate! Son cosas serias, algo que me ha dicho Isabel. Ya te lo diré. ¿Dices que ya trabaja esa chica?
PEPE.— Sí, todas las noches; a segunda y cuarta; en «La Liga de las mujeres» y en «La corazoná», las obras de la temporada.
GONZALO.— ¿Tú vas todas las noches?
PEPE.— Todas, no; cuando no voy a otra parte.
GONZALO.— Sí; pero nunca vas a otra parte. Haces muy mal; a las mujeres les asustan mucho las aventuras de teatro; luego, todo el mundo se entera...; los teatros no han sido nunca mi género; no se los aconsejo a nadie.
MARÍA ANTONIA.— ¿Qué hablará papá con ese?
ISABEL.— Le estará riñendo; ya le he dicho yo algo.
MARÍA ANTONIA.— ¿A papá? ¡No, por Dios!, no le digas nada; dirá que soy muy tonta.
ISABEL.— Si no tuvieras razón, lo serías; aun teniéndola, haces mal en atormentarte, y mucho peor en atormentar a tu marido.
MARÍA ANTONIA.— No le atormentaré mucho, te lo aseguro.
ISABEL.— ¿Estás loca? ¿Qué dices? ¿Qué piensas?
MARÍA ANTONIA.— Yo no me he casado para sufrir desprecios ni humillaciones de mi marido.
ISABEL.— Pero ¿ha ocurrido algo más grave?
MARÍA ANTONIA.— Hoy mismo, sin ir más lejos.
ISABEL.— ¡Calla!
MARÍA ANTONIA.— No; ya verás...
PEPE.— Bueno, chiquilla; te dejo para volver cuanto antes; si es que por fin puedo volver, como quisiera.
ISABEL.— ¡Ah! Pero ¿no sabes si vas a volver? ¿No comes con nosotros?
MARÍA ANTONIA.— No. "



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