La sibila (fragmento)Agustina Bessa Luís
La sibila (fragmento)

"Absorta, se puso a murmurar un lento monólogo, viendo enfrente el marco de la puerta que comunicaba con la cocina, donde se veía la piedra del fogón, arreglada y barrida de ceniza.
—¿Tú qué dices, Germa? —preguntó Bernardo.
La sondeaba con curiosidad pasajera, un tanto mortificado porque algo que no era él mismo lo obligaba a inquietarse. Como ella sólo lo mirase fijamente, sonriendo y sin hablarle, encontró más cómodo sentirse allí el huésped venerable y tomar aún aquel silencio como una cortesía.
Pero, en realidad, Germa ni siquiera pensaba en él. Sospechar esto, sabía él, sería lo suficiente para que Bernardo no volviese más y estableciese en el fondo de su alma una permanente disposición de venganza. Prefirió, por consiguiente, ignorar que Germa estaba en ese momento totalmente desligada y ausente de él, y que súbitamente había quedado el ambiente repleto de otra presencia viva, intensa, familiar, y que aquella sala, de techo bajo, penetrada de un olor de raspa y de manzana, se llenaba de una expresión humana y vehemente, como cuando alguien regresa y pone su mirada en los antiguos lugares donde vivió, y su corazón expande a su alrededor una vigilante evocación.
Y, bruscamente, Germa comenzó a hablar de Quina.
Era septiembre, y la casa, provisionalmente habitada, desterraba su carácter de abandono y de ruina, con aquel calor de voces y de pasos que aplastan farfollas amontonadas en todos los pisos. El tiempo estaba tibio, impregnado de esa quietud de naturaleza agotada que se encuentra en un golpe ondulante de hoja o en el agua que corre inútilmente por la tierra erizada de cañas donde la espata de maíz fue cortada. Desde la muerte de Quina, la casa no había vuelto a tener aquella emanación de misterio grotesco e ingenuo; y Germa no encontraba más sabor en las veladas junto al rescoldo, removiendo las rajas, haciendo rayas con el fuego encendido en el atizador inflamado, o contemplando en los escaños la pirindola de Navidad, en cuyas caras las letras habían sido dibujadas con tinta venenosa de bayas de belladona. Ah, Quina, tan extraña, difícil, pero que no era posible recordar sin una nostalgia acongojante, ¿quién había sido? "



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