Padres, hijos y primates (fragmento)Jon Bilbao
Padres, hijos y primates (fragmento)

"La sauna era en realidad un baño de temazcal. Junto a la piscina había una pequeña construcción de adobe con forma de cúpula, que recordaba a un iglú o un horno de pan. Se accedía al interior a través de una puerta tan reducida que había que pasar por ella a gatas, y en la que el corpachón del suegro a punto estuvo de quedar atascado. Joanes, desde fuera, contempló por un instante cómo aquel culo gordo, bronceado, depilado y sólo parcialmente cubierto por un bañador Speedo de color amarillo se debatía para colarse por la puerta, y apartó la vista. El suegro logró entrar después de muchos apuros y un derroche de bufidos y peticiones de ayuda e increpaciones al temazcalero, que estaba dentro preparando el fuego.
En el interior el techo tenía poco más de un metro de alto. Joanes y su suegro se acomodaron como buenamente pudieron en el banco de obra que recorría la pared circular. En el suelo, el temazcalero atizaba una hoguera de leña sobre la que dispuso unas piedras porosas. Cuando éstas estuvieron bien calientes vertió encima una infusión de hierbas aromáticas, lo que provocó una erupción de vapor.
¿Ya está?, preguntó el suegro.
Sí, señor.
Entonces déjanos solos.
Debo controlar el vapor, señor.
No te preocupes. Déjanos solos.
Pero es la costumbre, insistió el temazcalero.
¿También hay que darte unos pesos para que te largues? Sal de aquí. Ya te avisaré cuando terminemos.
El temazcalero puso cara de ofendido y se escurrió por la pequeña puerta. En cuanto se quedaron solos, el suegro sonrió y dio una húmeda palmada al hombro de su yerno.
¿Cómo va eso?
Joanes, que sudaba con la cabeza gacha y los codos apoyados en las rodillas, alzó la mirada.
¿Cómo va qué?
Lo tuyo. El contrato que tienes entre manos.
Joanes lo miró a través de la nube de vapor, sin deseos de responder.
Mi hija me lo ha contado todo, explicó el suegro.
Joanes adivinó lo sucedido. Su suegro la había interrogado recurriendo a su estrategia habitual: un cóctel bien agitado de preocupación fraterna, interés inquisitorio, petulancia y prepotencia. Y a ella no le había quedado más salida que arrojar un trozo de carne a la bestia para aplacarla. Que su padre les hubiera prestado ayuda económica durante los últimos años la había obligado a hacerlo. Al igual que el hecho de que él corría con los gastos de aquel viaje; viaje que ni Joanes, ni su mujer, ni la hija de ambos deseaban hacer.
El suegro era pintor. Su obra gozaba del reconocimiento necesario para que dos de sus cuadros formaran parte de la colección Saatchi. Pintaba óleos de tonos terrosos; empastaba los lienzos con ocres, rojos y marrones, superficies de color uniforme cuya textura alteraban la gravilla y los fragmentos de corteza y de pequeñas ramas que entremezclaba con la pintura. Sobre todo ello fijaba unos pequeños cuadrados y rectángulos de fieltro, negros, grises o blancos. El resultado, cuando se observaba desde la distancia adecuada, hacía pensar en fotografías aéreas de paisajes devastados o desérticos, donde los rectángulos serían las siluetas de edificaciones perdidas en la terrosa inmensidad. El color de los recortes de fieltro, su número por lienzo y la forma en que figuraban distribuidos, marcaban las distintas épocas de su obra.
Seis meses atrás, el célebre pintor, viudo desde hacía diez años, había sorprendido a su familia al anunciar su repentino compromiso de boda. Había conocido a una chica en el salón de bronceado adonde acudía dos veces por semana. Era una de las empleadas. Al finalizar cada sesión, entraba en las cabinas individuales con un atomizador de desinfectante y un rollo de papel de cocina y limpiaba las camas de rayos uva para los siguientes clientes. Tenía veinte años menos que él, no sabía ni una palabra de pintura, estaba suscrita a un servicio de horóscopo personalizado por Internet y su sueño siempre había sido casarse en Cancún, con el azul turquesa del Caribe como telón de fondo. "



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