Billar a las nueve y media (fragmento)Heinrich Böll
Billar a las nueve y media (fragmento)

"La taza recién llenada de café ya no vibraba; por lo visto, han dejado de imprimir cosas edificantes o carteles electorales sobre papel blanco; en el caleidoscópico marco de la ventana, la imagen permanecía invariable: enfrente, la terraza de la casa de los Kilb, vacía; a lo largo de la pérgola, unas capuchinas perezosas; el perfil de los tejados ; en el fondo, las montañas bajo un cielo radiante: en aquel marco caleidoscópico vi a mi esposa, vi más tarde a mis hijos, vi a mis suegros cada vez que subía al estudio para echar una ojeada a los jóvenes y diligentes arquitectos que me ayudaban, para comprobar cálculos, fijar plazos de entrega; el trabajo me resultaba tan indiferente como la palabra «arte»; otros lo podían hacer igual que yo; yo les pagaba bien; jamás he comprendido a los fanáticos que se sacrifican a la palabra arte; yo les ayudaba, me burlaba de ellos, les daba trabajo, pero nunca les comprendí; lo único que comprendía era lo que representa un oficio, a pesar de que pasaba por artista y se me admiraba como tal. ¿Acaso no era audaz y moderno el hotelito que construí para Gralduke? Sí, lo era e incluso lo admiraban mis colegas artistas; y yo lo había concebido y construido, y seguía sin saber lo que era el arte; tal vez ellos se lo tomaban demasiado en serio; tal vez porque eran tan sabios y entendían tanto en arte, construían unas cajas horripilantes, que yo entonces ya sabía que al cabo de diez años darían asco; y, no obstante, a veces sabía subirme las mangas de la camisa, sentarme al tablero de dibujo y crear: el edificio administrativo para la «Societas,
la más útil de la comunidad»; se quedaban con un palmo de boca abierta, aquellos necios que me tenían por un provinciano ambicioso de dinero y fama, y hoy todavía no me avergüenzo de aquel edificio construido hace cuarenta y seis años. ¿Es eso el arte? Quizás sí. Yo jamás supe lo que era; tal vez lo hice sin saberlo; nunca logré tomarme en serio esa palabra, como tampoco pude comprender la ira de los corifeos contra mí. ¡Dios mío! ¿No se permitía la menor broma? ¿Era indispensable que los Goliats tuvieran tan poco sentido del humor? Ellos creían en el arte, yo no: se sentían ofendidos en su honor por un advenedizo. Pero, ¿había alguien que no fuera advenedizo de alguna parte? Yo enseñaba abiertamente mi risa, les había obligado a entrar en una situación en la que incluso mi derrota sería una victoria y mi victoria un triunfo. "



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