El violinista de Matthaussen (fragmento)Andrés Pérez Domínguez
El violinista de Matthaussen (fragmento)

"Al cabo de un rato, vuelve despacio por el bulevar, atraviesa la plaza y emboca la rue Lappe. No pasa ningún coche, pero Rubén Castro mira con cuidado a un lado y a otro antes de cruzar. No es más que una estratagema absurda, casi un gesto pueril para espantar los minutos en vano, como si eso fuera posible. Cruza la calle y, antes de traspasar el umbral, se detiene un instante frente al escaparate de una panadería que le sirve como espejo. Se ha recuperado un poco durante las últimas semanas, pero aún pesa casi veinte kilos menos que cuando la Gestapo vino a buscarlo al piso de esta misma calle. Se ajusta las gafas sobre el puente de la nariz, sus primeras gafas que no tienen los cristales rotos ni están torcidas, unas gafas gracias a las que el mundo que lo rodea ya no es una mancha borrosa y confusa, y piensa que si tiene que quitarse el sombrero para saludar a alguien dejará al descubierto unas entradas mucho más profundas de las que tenía antes de que lo obligasen a dejar París. El pelo que le queda se le ha vuelto gris, casi blanco ya a pesar de ser todavía un hombre joven, y ha perdido la espesura de antes. Le faltan varios dientes, y aunque las magras raciones de comida con las que lo mal alimentaban en el campo —sopa aguada dos veces al día, un trozo ridículo de algo que pretendía pasar por chorizo y un pedazo de pan duro por la noche— han quedado atrás, la piel aún se le pega a los pómulos con la misma insolencia pertinaz que a los que se van a morir. "


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