Las jóvenes de la trastienda (fragmento)Charles Paul de Kock
Las jóvenes de la trastienda (fragmento)

"Nuestros tres caminantes no son de esos infelices que, precisados a hacer grandes jornadas a pie, se nos aparecen por las carreteras, morenos por efecto del sol, y llenos de polvo. Los de quienes vamos tratando, eran simplemente unos habitantes de París, cuyo traje indicaba el bienestar, y sus modales el trato culto de la sociedad.
El más joven, que podría tener de veintiséis a veintisiete años, era alto, delgado, esbelto, rubio y de color blanco: su fisonomía era bastante regular; sus ojos, azules y a decir verdad no muy grandes, pero tenían cierta expresión de alegría y de malicia, que no carecía de encanto: el modo como cerraba la boca y encogía los labios era un tanto burlón, y su barba tal vez demasiado prominente; pero, a pesar de todo, el señor Alfredo Monge tenía el derecho de creerse buen mozo. ¡Cuántos hay que, sin poseerlo, se arrogan ese derecho! El individuo que le seguía era hombre de unos treinta y cuatro años, de mediana estatura, pero algo grueso: su cabello era castaño oscuro; su rostro grave y casi severo; y sus grandes ojos, negros y serios, se inclinaban algunas veces a la melancolía. Este hombre tenía facciones regulares y nariz intachable; tenía, en fin, un hermoso rostro rodeado de negra barba corrida; pero, en conjunto, era un ser frío, y de movimientos tal vez acompasados por demás, lo cual no le impedía algunas veces participar de la alegría franca y comunicativa de Alfredo Monge.
Éste se llamaba Gustavo Dungranval.
El último de los viajeros era un personaje extremadamente feo; de esas fealdades decididas sobre las cuales no cabe disputa: tenía la cara amarilla con pómulos salientes, muy maltratada por las viruelas, y en la cual costaba mucho encontrar los ojos, que con bastante dificultad se distinguían en el fondo de unas negruzcas concavidades, desde donde no despedían más que un imperceptible brillo. Añádase a esto una enorme boca, poblada también de enormes dientes, que presentaban notable semejanza con los colmillos del jabalí, y tendremos una idea bastante exacta de este señor, cuya edad, sin embargo, era muy difícil conocer, porque tal vez el privilegio de las personas muy feas es decir, que no envejecen: piérdaseles de vista durante una quincena de años, y al cabo de este tiempo, al volverlos a encontrar se queda uno altamente sorprendido al ver que no han cambiado nada; mientras que tú, si has tenido las desgracia de haber sido buen mozo, es probable que en ese tiempo habrás perdido la mayor parte de tu mérito. "



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