El doctor Hoffman y las infernales máquinas del deseo (fragmento)Angela Carter
El doctor Hoffman y las infernales máquinas del deseo (fragmento)

"Movió la taza para pedir más té. No me había dado ninguna de las respuestas que yo esperaba y, cuando traté de interrogarla nuevamente, sólo volvió a reír y sacudió la cabeza de tal manera que una trenza de hojas de manzano cayó al suelo y el pelo se desbordó sobre sus ojos. Luego depositó su taza en la mesa con el excesivo cuidado de los que han nacido torpes y se alejó por el oscuro pasillo.
Sin duda dejó abierta la puerta del salón porque ahora el piano sonaba con más fuerza, y por algún motivo incomprensible cambió de melodía: ahora tocaba un lúcido disparate de Erik Satie. Con un suspiro, la criada recogió las tazas. —Un tornillo flojo —dijo—. Una pieza que le falta.
Enseguida me condujo a una habitación sencilla pero agradable en la parte posterior de la casa, con una cama cubierta por una colcha de retazos. Era una noche tranquila y cálida y la muchacha del piano bordó un adorno angular de encaje audible en la superficie de mi primer sueño. Creo que desperté porque la música se interrumpió. Quizá sus velas se habían consumido.
Ahora la luna se había elevado completamente y brillaba en mi habitación a través de la cortina de hiedra y de rosas, y las sombras caían con escrupulosa nitidez sobre la cama, las paredes y el suelo. El interior parecía el negativo de una foto del exterior, donde la luna ya había tomado una foto en blanco y negro del jardín. Me desperté repentina y completamente, sin vestigios de sueño en mi mente, como si aquella fuera la hora de levantarse, aunque sólo podía ser algo más de medianoche. No podía quedarme en la cama y me levanté para mirar por la ventana. El terreno era mucho más extenso de lo que me había parecido inicialmente; y el jardín posterior de la casa se hallaba mucho más cerca de las zonas deshabitadas que los terrenos que había recorrido durante el viaje. La luna brillaba con tal intensidad que no había un solo rincón oscuro, y pude ver el lecho seco de un gran estanque o de un pequeño lago que era ahora un óvalo de lirios de pétalos lisos donde las rosas habían envuelto por completo en su abrazo a una ondina de mármol reclinada sobre un costado en una conmovedora actitud de gracia provinciana. Delineada con la precisión de un grabado en madera por la luz de la luna, una familia de jóvenes zorros rodaba y jugaba en un claro que había sido un parque. No había viento. La noche suspiraba bajo el lánguido peso de su propio romanticismo. "



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