La caja de oro (fragmento)Mariano Pardo de Figueroa
La caja de oro (fragmento)

"El viajero que guarda silencio hasta que llega la ocasión oportuna de romperlo, merece desde luego toda la simpatía y todo el afecto que puede profesarse al desconocido con quien hemos de pasar las horas de camino que median, por ejemplo, desde Cádiz hasta Madrid.
Por febrero de 1877, poco después de las seis de la mañana, al detenerse el tren correo ascendente en el Puerto de Santa María, entraron dos sujetos en mi coche. El uno tendría setenta años; alto, delgado, enfermizo y cabellos blancos. Vestía de negro con elegancia, aseo y sencillez, notándose a tiro de ballesta en su porte el tipo cortesano y de modales aristocráticos. Su compañero, rubio y como de cuarenta años, me pareció un comisionista belga. Éste arregló los bultos de equipaje, ayudó al anciano a desdoblar su manta, le abrochó los guantes, y le cambió el sombrero por una gorra negra, completamente igual a las que usaba el rey Luis XI. Creí que serían padre e hijo, pero pronto me convencí de que eran amo y criado.
A las dos horas de completo silencio comenzó a brotar la conversación como brotan las hierbas que nadie siembra. En Córdoba iba yo encantando oyendo a mi compañero hablar de botánica, después de haber tratado de música, de literatura y de telégrafos. Se explicaba en francés muy correcto, pero conociéndose que no era francés. Inspiraba cariño aquel hombre, tan débil de cuerpo como lozano y vigoroso de entendimiento, y era difícil juzgar sobre su profesión y su patria. Lo mismo pudiera ser militar, ingeniero o diplomático, que comerciante, marqués o abogado, y tanto inglés o belga, como alemán o mexicano.
Mi compañero no fumaba porque se lo habían prohibido los médicos; pero en cambio aspiraba frecuentes polvos de exquisito rapé. Grande y elegante forma elíptica era la caja de oro que lo contenía. Instintiva pero escrupulosamente ocultaba con la mano derecha al tiempo de abrir la tapa de su alhaja, en la cual creí notar ciertas letras y adornos. Mis resabios arqueológicos aguijaron la curiosidad, y me decidí a pedirle el polvo de tabaco que antes había rechazado. "



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