De dioses, hombrecitos y policías (fragmento)Humberto Costantini
De dioses, hombrecitos y policías (fragmento)

"Lo cierto fue que a partir de ese momento quedé como ausente de todo lo que me rodeaba, y que cuando Irene, cruzando delante de mí, se dirigió hacia el estrado provista de su cuaderno Avon de 50 hojas, que tantas veces había visto en sus manos, inconscientemente llevé un dedo a la boca como reclamando silencio, me incliné para verla mejor y me dispuse a beber cada una de sus palabras.
El misterioso título de su primera composición era "A XX, que lo ignora". Se trataba, para mi renovada sorpresa, de un bello y correctísimo soneto, en el que desde su primer cuarteto que comenzaba: "Tú que cultivas delicadas flores más no miras la flor que está a tu lado", reconocí si no mi influencia, por lo menos un deliberado intento de imitación de lo que podría llamarse mi estilo, dicho sea sin petulancia. Sus palabras eran, en cierto modo, respuesta a un soneto mío intitulado "A una dama", que sólo ella conocía, pues, debido aciertas imágenes algo audaces contenidas en el último terceto, no consideré prudente leerlo en la Agrupación.
Es de imaginar la indecible agitación con que escuché ese poema escrito, para mi mayor dicha, en las últimas páginas de su cuaderno Avon, lo cual significaba que era de factura reciente. Además, pronto creí vislumbrar entre las bien elaboradas imágenes del soneto -no sabía si me estaba engañando- un secreto e intraducible mensaje. Sobre todo sus dos versos finales ("Di tu palabra sabio jardinero / no temeré la luz si Dios la envía"), me parecieron una referencia a mi timidez de la otra noche, una invitación tal vez a terminar con mi estúpido silencio. Pero hubo más aún; el poema siguiente -que debió buscar entre las páginas centrales de su cuaderno, o sea que había sido escrito hacía aproximadamente una semana- describía con melancólica serenidad el atardecer en una calle suburbana. Era un extenso poema en verso libre, según su hábito literario, y con ciertos atrevimientos de lenguaje coloquial y porteño. Pues bien, promediaba su lectura cuando distinguí en él una clara mención a esa vieja magnolia situada en la calle Marcos Sastre, a tres cuadras de nuestra sede. Muchas veces, al acompañarla hasta Nazca para tomar su colectivo 110, nos habíamos detenido a contemplar ese hermoso árbol, extasiados por la belleza de su forma y por el intenso y embriagador perfume de sus enormes flores. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com