Ruido de fondo (fragmento)Don DeLillo
Ruido de fondo (fragmento)

"El lunes, acudí caminando a la oficina. Al entrar, me encontré con Murray sentado en la butaca que hay junto a la mesa, como alguien que esperara la llegada de una enfermera provista de un tensiómetro. Había tenido problemas, dijo, en su intento de establecer una sede de investigación referente a Elvis Presley en el departamento de estudios norteamericanos. Su presidente, Alfonse Stompanato, parecía pensar que uno de los otros instructores, un antiguo guardaespaldas de ciento treinta kilos de peso llamado Dimitrios Cotsakis, había establecido sus derechos con anterioridad cuando el Rey murió, pues había volado a Memphis, había entrevistado a miembros de su entorno y de su familia y había sido él mismo entrevistado por la televisión local como Intérprete del Fenómeno.
Como golpe de efecto no había estado nada mal, admitía Murray. Le sugerí que podía dejarme caer durante su próxima conferencia de un modo informal, sin anuncio previo, tan sólo para prestar un toque de importancia al acontecimiento y permitir que se beneficiara de cualquier influencia y prestigio que pudieran albergar mi departamento, mi tema o mi persona física. Asintió lentamente, acariciándose el extremo de la barba.
Más tarde, a la hora del almuerzo, sólo pude descubrir una silla vacía, situada en una mesa ocupada por los émigrés neoyorquinos. Alfonse, sentado a la cabecera, constituía una presencia imponente incluso para un comedor de facultad. Era corpulento, sardónico, de mirada sombría, cejas desiguales y una barba furiosa orlada de gris. Exactamente la misma barba que yo me hubiera dejado crecer en 1969 si Janet Savory —mi segunda esposa y madre de Heinrich— no se hubiera opuesto. «Deja que se vea esa cara fofa —había dicho con su tono de voz tímido y seco—. Resulta más eficaz de lo que piensas.»
Alfonse confería una sensación de deliberación exhaustiva a todo lo que hacía. Hablaba cuatro idiomas, poseía una memoria fotográfica y realizaba mentalmente complejos cálculos matemáticos. En cierta ocasión me había dicho que el arte de prosperar en Nueva York se basaba en aprender cómo expresar la insatisfacción de un modo interesante. La atmósfera estaba impregnada de ira y de reproche. La gente no toleraba tus tribulaciones personales a no ser que supieras divertir a los demás con ellas. El propio Alfonse resultaba a menudo entretenido en un sentido demoledor. Mostraba una actitud que le permitía absorber y destruir todas las opiniones que no encajaban con las suyas. Cuando hablaba acerca de cultura popular solía ejercitar la lógica cerrada de los fanáticos religiosos, de quienes matan por sus creencias. Su respiración se tornaba pesada y arrítmica, y sus cejas semejaban fundirse entre sí. Los otros émigrés parecían encontrar que sus desafíos y provocaciones constituían un contexto apropiado para sus propios objetivos. Utilizaban su despacho para jugar a arrojar centavos contra la pared. "



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