Gurú (fragmento)Gabriela Alemán
Gurú (fragmento)

"Uno encuentra la salvación en los sitios más inesperados. Un día volvía de comer y encontré a un hombre hurgando en un basurero. Era viejo y flaco y me acerqué y le di unas pocas monedas. No las aceptó pero me invitó a caminar. Lo hicimos por buena parte de la tarde. No hablaba muy bien español, era hindú y salpicaba su inglés británico con lo que imaginé era sánscrito. Le brillaban los ojos. No recuerdo qué le dije o si siquiera hablé, lo que sí recuerdo y por eso regresé al día siguiente, fue que mientras hablaba no sentí dolor. O me olvidé de él, aunque siguiera ahí. Al final de la noche me entregó un papel y me dijo que me esperaba al día siguiente. Dormí como no lo había hecho en años. La dirección quedaba en Ponta Porã y era del único hotel de cinco estrellas de la ciudad. Dije su nombre en recepción y, aunque me dieron negativas, alguien hizo una llamada. Esperé sentado en el hall hasta que bajó un hombre que no podía ser otra cosa que un guardaespaldas y, sin pedir explicaciones, me tomó de los hombros y me empujó hacia la calle, a donde me hubiera expulsado, si no alcanzaba a mostrarle el papel. Después todo cambió, por algunas semanas, por lo menos. No recuerdo su filosofía exacta ni si apuntaba a la búsqueda de un ser superior y el encuentro eventual con él pero sí los efectos prácticos. Eran punteros sobre cómo vivir mejor. Durante las charlas me mantenía a su lado aunque nunca habló de mí ni me utilizó para ilustrar algún punto. Mientras asistía gratuitamente a sus sesiones por las que otros pagaban cantidades descomunales y viajaban miles de kilómetros para asistir, continuaba con mi rutina. Regresaba a mi casa y vivía con el mismo apremio de los últimos años mientras él me decía que no me preocupara, que si aprendía a quererme, el Universo me querría de vuelta. Me decía que me lo tomara en serio, aunque usara otras palabras; y, cuando lo miraba con cara de cachorro con hambre, me decía que anotara lo que quisiera de la vida en un papel. Que no fuera tacaño con los detalles, que sólo así obtendría lo que me merecía y mi cerebro lo entendería y se reprogramaría. Sonaba bien, sonaba bien en el hotel y en los intermedios de refrigerio pero menos cuando volvía a casa y no tenía para el alquiler porque desde que lo conocía había dejado de trabajar. Odiaba mi casa, era estrecha, sus paredes olían a grasa y humedad y no tenía luz. Fue lo primero que anoté en el papel, la mudanza. Llegué a anotar que no quería tomar más remedios. El hombre me sentaba a su lado y me miraba con su mirada desprovista de pasión e inundada de luz y me repetía que si lo deseaba con convencimiento, lo podría lograr. Con el pasar de las semanas quitó el podría y me dijo que lo lograría. Antes de que se fuera me dijo que lo logré. El dolor de ciática había desaparecido aunque mi economía seguía por los suelos. Cuando se despidió, me dijo que dejara mis medicamentos, que él me liberaba, que todo estaba en mi mente y que mi mente podría acabar con la enfermedad. "


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