Una tierra más allá (fragmento)Joan Mari Irigoien
Una tierra más allá (fragmento)

"Una vez en el destierro, nuestros pasados tuvieron que vagar de casa de unos hidalgos que eran amigos a la de otros, de Lapurdi a la Baja Navarra, y de la Baja Navarra a Lapurdi; también, alguna que otra vez, a tierras del Bearn, hasta que al fin compraron casa y tierras a un señor que deseaba marchar a las Indias, donde apercibieron nuevo nido. Aquel destierro, a dicha, medido en leguas no era infinito, mas, al igual que un pequeño alejamiento entre los cuerpos acarrea a los amantes un desprendimiento de sus almas, sucedía así con los hombres y las mujeres de nuestro linaje, a quienes lo próximo se les hacía inalcanzable, y el destierro insufrible. Para paliar en algo aquel sentimiento acerbo e irse acostumbrando, poco a poco, al nuevo lar, les hubiese venido que ni de molde un ambiente de sosiego y paz; al contrario, tanto en Lapurdi como en Baja Navarra y Zuberoa, se sucedían incontables disputas entre católicos y protestantes —las que hubo entre Charles de Luxe y el señor de Belzunze pueden servir de ejemplo—, que nuestros ancestros trataron de evitar y, de una forma u otra, lo lograron, pero sin poder arrumbar en sus cuerpos y almas aquel rastro de peligro, desazonado y enojoso, ante el temor de que el paso dado hacia delante se les trocara, en cualquier momento, en paso atrás, como condenados a peregrinar, un día sí y el siguiente también, por un camino enjuto, a cuyos bordes se abrían un par de abismos.

El abuelo Nicolás nos decía muchas veces:

—¡En cuántas ocasiones me llevó mi padre —y vuestro bisabuelo Albert, por tanto— a alguna de esas cimas de los montes Pirineos, desde donde se columbraban las ruinas del castillo que perdieron nuestros mayores. Y ¡cuántas veces nos dijo, asimismo: "Navarra se perdió, y se perdió para siempre, pero el palacio tal vez no!...". Y sonriéndome, añadía: "Nicolás, los Etxegoien hemos sido cual el aceite, que siempre anda arriba, y seguiremos siéndolo... porque, como reza el refrán, cien años pueden convertir al señor en villano, mas otros cien pueden convertir al villano en señor...

Mi abuelo Nicolás nos hablaba en euskara, pero también lo hacía en francés, máxime desde que nombró a don Francisco, el cura del pueblo, preceptor de mi hermano Mattin e igualmente de mí —en aquel tiempo en que, cansado y maltrecho, dio en dejar de lado las competencias que le correspondían como dueño y señor de la casa— y es que don Francisco no sabía francés, y mi abuelo era, bien al contrario, muy afecto al francés y a la cultura francesa, y pretendía, además, que se nos enseñara y acostumbrara en la mayoría de las lenguas posibles. "



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