Autobiografía (fragmento)San Antonio María Claret
Autobiografía (fragmento)

"Desde muy niño me dieron unas cuentas de rosario que agradecí muchísimo, como si fuera la adquisición del mayor tesoro, y con él rezaba con los demás niños de la escuela, pues al salir de las clases por la tarde todos formados en dos filas, íbamos a la iglesia, que estaba cerca de allí, y todos juntos rezábamos una parte del Rosario, que dirigía el maestro.
Siendo aún muy niño, encontré en mi casa un libro que se titulaba el Roser, o el Rosal, en que estaban los misterios del Rosario, con estampas y explicaciones análogas. Aprendí por aquel libro el modo de rezar el Rosario con sus misterios, letanías y demás. Al advertirlo el maestro, quedó muy complacido y me hizo poner a su lado en la iglesia para que yo dirigiera el Rosario. Los demás muchachos mayorcitos, al ver que con esto había caído en gracia del buen maestro, los aprendieron también, y en adelante fuimos alternando por semanas, de modo que todos aprendían y practicaban esta santísima devoción, que después de la Misa es la más provechosa.
Desde entonces, no sólo lo rezaba en la iglesia, sino también en casa todas las noches, como disponían mis padres. Cuando, concluidas las primeras letras, me pusieron de fijo en el trabajo de la fábrica, como dije en el capítulo V, entonces cada día rezaba tres partes, que también rezaban conmigo los demás trabajadores; yo dirigía y ellos respondían continuando el trabajo. Rezábamos una parte antes de las ocho de la mañana, y después se iban a almorzar; otra, antes de las doce, en que iban a comer, y otra, antes de las nueve de la noche, en que iban a cenar.
Además del Rosario entero que rezaba todos los días de labor, en cada hora del día le rezaba una Avemaría y las oraciones del Angelus Domini en su debido tiempo. Los días de fiesta pasaba más tiempo en la iglesia que en casa, porque apenas jugaba con los demás niños; sólo me entretenía en casa, y mientras estaba así, inocentemente entretenido en algo, me parecía que oía una voz, que me llamaba la Virgen para que fuera a la iglesia, y yo decía: Voy, y luego me iba.
Nunca me cansaba de estar en la iglesia, delante de María del Rosario, y hablaba y rezaba con tal confianza, que estaba bien creído que la Santísima Virgen me oía. Se me figuraba que desde la imagen, delante de la cual oraba, había como una vía de alambre hasta el original, que está en el cielo; sin haber visto en aquella edad telégrafo eléctrico alguno, yo me imaginaba como que hubiera un telégrafo desde la imagen al cielo. No puedo explicar con qué atención, fervor y devoción oraba, más que ahora. "



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