La legión de los condenados (fragmento)Sven Hassel
La legión de los condenados (fragmento)

"El domingo 12 de octubre nuestro tren franqueó la frontera polaca en Breslau. Mientras permanecíamos en la estación de mercancías de Czestochoa, nos distribuyeron nuestras «raciones de emergencia», compuestas por una caja de goulasch, varias galletas y media botella de ron. Nos estaba terminantemente prohibido tocar estas raciones antes de recibir la orden. En especial, el ron no debía ser consumido por ningún pretexto. Con su grandilocuencia acostumbrada, el Ejército llamaba a eso una «ración de hierro».
Desde luego, lo primero que hizo Porta fue beberse el ron. Cuando la botella se separó de sus labios, estaba vacía. La echó por encima del hombro con un ademán elegante, chasqueó la lengua y dejóse caer en la paja que cubría el suelo del vagón. Momentos antes de dormirse, soltó una sonora ventosidad y dijo riendo:
-Respirad a fondo, pequeñines, hay vitaminas en el aire.
Dos horas más tarde se despertó, eructó, se desperezó; luego, para nuestra estupefacción, sacó otra botella de su macuto y la vacío sin pestañear, con una beatitud perfecta pintada en el rostro. Después nos reunió a su alrededor para la clásica partida de cartas y todo anduvo sobre ruedas hasta que una autoritaria voz llamó desde el exterior:
-¡Obergefreiter Porta, salga de ahí!
Porta ni pestañeó, con los ojos fijos en sus cartas.
-¡Porta! ¡Salga inmediatamente!
-¡Calla, cerdo mierdoso! -replicó Porta sin ni siquiera volverse hacia la puerta-. Si me necesitas, ven a buscarme, desdichado, pero antes de entrar límpiate las pezuñas y la próxima vez trata de llamarme «Herr Obergefreiter Porta». Aquí no estás en tu casa, esto no es el cuartel, especie de piojoso congénito.
Un silencio mortal siguió a esta parrafada. Luego, todo el vagón estalló en risas, y cuando éstas se apaciguaron, la voz rugió con mayor encono.
-¡Porta, si no sale inmediatamente, le formo un consejo de guerra!
Porta nos miró abriendo mucho los ojos.
-Que me ahorquen si no es el capitán Meier -cuchicheó-. ¡El pobre Porta va a recibir para el pelo!
Saltó fuera del vagón e hizo chocar sus tacones ante Meier, que le esperaba con los puños en las caderas y las piernas separadas, con el rostro enrojecido por la furia.
-¡De modo que por fin se ha dignado venir, Herr Obergefreiter! ¡Yo le enseñaré a ejecutar las órdenes, desvergonzado! ¿Cómo me ha llamado? ¡Cerdo mierdoso y piojoso congénito! ¿Qué? ¡Firmes, vive Dios antes de que pierda la sangre fría! ¡Insultos a un oficial! ¿A qué viene todo esto? ¡Y además apesta a ron! ¡Está borracho como un cerdo! ¡Eso explica muchas cosas! ¡Se ha bebido su ración de hierro! ¿Sabe lo que es esto? ¡Insubordinación! ¡Y por Dios que no saldrá de rositas!
Rígido y mudo, con expresión increíblemente estúpida, Porta se mantenía en posición de firmes ante el capitán Meier que muy pronto acabó por perder todo el dominio sobre sí mismo.
-¡Contésteme, basura! ¿Ha bebido ron, sí o no?
-Sí, Herr Hauptmann, pero sólo un chorrito vertido en nuestro sucedáneo de té nacionalsocialista, ya por sí tan sabroso. Y era un ron que el cabo furriel me debía desde la campaña de Francia. Puedo recomendarle que pruebe la receta, Herr Hauptmann. Un poco de ron en el sucedáneo de té que nuestro Führer bienamado hace que nos distribuyan. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com