La sonrisa de la Gioconda (fragmento)Luis Racionero
La sonrisa de la Gioconda (fragmento)

"¿Has amado verdaderamente alguna vez? Si así fuera, sabrás que el amor perfecto es aquel que no pide señales. Cuando estamos, a la vez, totalmente entregados y a la vez libres. ¿Cómo se logra? Como todas las situaciones perfectas en este mundo imperfecto, alcanzando el punto álgido en que ser y no ser se tocan, en que las cosas se vuelven su contrario, como cuando aprietas hielo en tu mano y al cabo te abrasas. Del mismo modo, el amor que no pide señales es intenso e indiferente a la vez. Sucede que de fuera se capta antes la indiferencia que el cuidado, que somos pudorosos contra las expansiones del amor y lo ocultamos, mostrándolo sólo a uno. ¿A quién lo podemos mostrar cuando el objeto amado es el mundo todo? Eso que se llama mi olímpica indiferencia, que oirás criticar en labios de los que me conocieron, es amor indiscriminado a todo, imparcial, inagotable. Para los que puedan comprender, lo he dejado grabado en los dos rostros que te lego: el de Salai en forma de andrógino, el de Catalina como la Esfinge. En ambos está ese punto de fuga donde el bien y el mal, el dolor y la gloria, la sonrisa y el rictus se funden como el esfumado de sus colores, la luz y la sombra, la oscuridad placentera y la luz cegadora en tenebrosa claridad.
Cuando mi madre murió del disgusto al conocer mi crimen, dejando la vida como silencioso reproche, cuando en aquellas horas aciagas vi como en pesadilla su cara y la de Salai, entonces comencé los dos retratos. Así fue, había grabado en la memoria, incandescente por la emoción, los dos semblantes que me sonreían. Pintarlos ya fue cuestión de años, pero la imagen maestra había quedado grabada para siempre en mi alma como un arquetipo platónico. Ahora están sobre el lienzo, como testimonio para quienes lleguen en algún punto de su vida a sufrir y gozar, a sentir como yo ese cauterio inefablemente remoto. Para los demás serán caras extrañas de una raza que está todavía por llegar. Ojalá los comprendan por lo menos como ángeles anunciadores, como precursores del ángel andrógino hacia el que tiende la raza humana. Los pocos que hayan probado mi mismo dolor sabrán ver en ellos un estado de ánimo por el cual esta vida, grotescamente banal, merece la pena de ser vivida.
Este descubrimiento ha sido el mayor logro de la mía, incomparablemente más preciado que todas las obras salidas de mis manos. Pero ese estado de ánimo queda en mí y morirá conmigo, por eso deseo dejarlo anunciado en mis dos esfinges. Quiera Dios que algunos lo vayan descifrando y lo cultiven como yo en su cuerpo, su sensibilidad, en su alma vegetativa, animal y angélica, armonizando las tres, porque ése será el hombre nuevo para el que se pensó el reino de los cielos, que no son los ángeles de Sandro ni los colosos de Miguel Ángel, sino esa enigmática indiferencia preñada de cuidado bondadoso hacia todo lo que existe, sin esperar nada a cambio. El amor que no pide señales, que, sumido en la inmensa paciencia aquiescente de la naturaleza, flota como una mota de polvo en el rayo de luz, gozando la suspensión ingrávida, el quieto silencio dorado del amor. Ésa es mi indiferencia. "



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