El progreso decadente (fragmento)Luis Racionero
El progreso decadente (fragmento)

"Tengo para mí que la Ecología y su vigencia actual son debidas a la intuición profunda de una mala relación entre el moderno sistema industrial y el tao de la naturaleza. Eso es, en definitiva, lo que plantea la Ecología como crítica a los excesos de la tecnología consumista. Aparentemente, la Ecología es asimilable dentro del capitalismo, porque se limita a denunciar y corregir los desmanes biológicos del sistema, sin cuestionarlo. Se trata de gastar dinero en proteger especies, bosques o ríos, obligar a las fábricas a instalar aparatos de depuración y a los gobiernos a legislar en contra de la contaminación; pero todo ello dentro de la economía de mercado. Es la elegante postura de Greenpeace, que lanza dólares esperpénticos y despliega pancartas ante el Fondo Monetario Internacional para luego entregarse a las autoridades competentes. Pero eso es una banda del espectro ecologista; hay implicaciones más serias si desea profundizarse en el modelo ecológico.
Para empezar, la noción darwiniana de competencia o lucha por la vida está en contradicción con el fundamento de la Ecología, que es la cooperación y la simbiosis. La teoría de Darwin es una traducción a la biología de las doctrinas de Adam Smith sobre la libre competencia en el mercado, por la cual las empresas eficaces arruinan, o se comen, a las ineficientes, y esta lucha por la supervivencia sirve de acicate para la buena marcha de la economía, donde, al final, una mano invisible arreglará los despropósitos y violencias de los implacables devoradores individuales en beneficio de la sociedad en su conjunto. Los ecologistas niegan que la naturaleza se comporte únicamente como Darwin afirma, con relaciones de competencia; la simbiosis y la cooperación son tanto o más importantes que la lucha y la competencia. El sacrosanto axioma del mercado libre, la competencia entre individualistas, queda en entredicho a la luz de las teorías ecológicas.
Pero hay más: las raíces filosóficas de la crisis ecológica están en la mitología judeocristiana, según la cual el creador es diferente y ausente de la creación; el mundo, un valle de lágrimas, y la naturaleza, un coto de caza donde el hombre es rey y señor de vidas y haciendas. Una mitología en la cual Dios no está en la naturaleza y, encima, entrega ésta al hombre como su finca, no podía llevar a una actitud respetuosa del hombre hacia su entorno. Los taoístas chinos, los indios americanos, los aborígenes australianos, los chamanes siberianos saben que todo es sagrado porque árboles, piedras, manantiales, animales están habitados por la divinidad: la naturaleza está penetrada por lo sagrado y envuelta en lo numinoso. Hay una carta maravillosa de un jefe indio americano al presidente de Estados Unidos donde esta mentalidad ecológica de los pueblos no judeocristianos queda plasmada de modo poético, sobrecogedor. Leyéndola está clarísimo quién es el bárbaro y quién el civilizado. Los bárbaros somos los que creemos que la naturaleza está para que la violemos, forcemos, explotemos y ensuciemos; esta barbarie tiene sus raíces filosóficas en la mitología judeocristiana, que niega el panteísmo y califica al hombre, ese insensato despropósito a medio hacer, como rey de la creación. "



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