La historia del mundo en nueve guitarras (fragmento)Erik Orsenna
La historia del mundo en nueve guitarras (fragmento)

"(La primera vez que me encontré con el blues, caminaba a través de los bosques. Llamó a mi puerta y me hizo todo el daño que pudo. Ahora, el blues me busca y me persigue de árbol en árbol. Tendrías que haberme oído implorar: «¡Señor Blues, no me asesines!». Buenos días, señor Blues, ¿qué haces aquí, tan temprano? Estás conmigo desde la mañana, pero también cada noche y cada atardecer.)
Es indudable que la guitarra aplaudió con entusiasmo el fin de la esclavitud. Pero la guitarra no nació ayer. La guitarra es tan vieja como el mundo. Sabe que las leyes sirven a menudo de máscaras a la realidad y que lo mejor puede engendrar lo peor.
Y lo peor estaba presente, lo peor se había apoderado de la región del Mississippi y reinaba en ella como su dueño y señor. Los sudistas se tomaron la revancha. El Ku Klux Klan y los caballeros de la Blanca Camelia perseguían a los antiguos esclavos. Los linchamientos se multiplicaban. Más de ochocientos en un solo condado durante 1883. La segregación se había instalado y reservaba a los negros las peores escuelas, los hospitales más insalubres. Sobre todo, faltaba trabajo. La mano de obra había dejado de ser gratuita y las antiguas plantaciones sobrevivían a duras penas, despidiendo sin ninguna restricción. Los negros no tenían más que una solución: lanzarse a los caminos. Huir hacia el norte. Alcanzar Nueva York, Chicago, las grandes ciudades yankis, donde tal vez lograran encontrar trabajo.
Cuando un hombre, después de haber sido arrancado de su continente, es expulsado de la tierra donde nacieron sus padres y los padres de sus padres, no le queda más que una patria: la música. Buhoneros de una nueva especie se pusieron a surcar América. Se les llamaba songsters, pues sólo vendían canciones, baladas, largas historias de Negros en lucha contra la sociedad de los Blancos. Llamaban a todas las puertas, a los barracones de obreros, a los asentamientos de desempleados, a los cafés, restaurantes y burdeles. A cambio de una comida y de un techo bajo el que pasar la noche, cantaban la leyenda de Frankie y Albert, de Duncan y Brady, de Bill, el hombre del ferrocarril, de la casa del sol naciente, The House of the Rising Sun...
Las sectas se multiplicaban, surgían iglesias negras donde se rezaba a plena voz batiendo las manos, como si quisieran despertar a Dios. Donde se hacía emerger de la memoria común las antiguas letanías de la esclavitud, los negros espirituales paulatinamente transformados en gospels. Era el predicador el que dirigía los coros, era él el que inflamaba a los fieles.
La guitarra había encontrado su lugar en la espalda del songster, en el brazo del predicador. El hombre negro navegaba en su pena y la guitarra era su barco.
De su viaje en común nació el blues. "



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