Cónclave (fragmento)Roberto Pazzi
Cónclave (fragmento)

"El cardenal Mascheroni no se limita a conminar silencio al gallo impertinente, que mientras tanto es buscado entre las gallinas por los más diligentes prelados domésticos. En efecto, tomando la palabra antes incluso de que el camarlengo se la conceda, entre el estrépito de los pollos que protestan al ser incomodados por los inquisidores de ese Giordano Bruno de los gallináceos, se lanza a una severa reprimenda.
Y la toma con todos. Con el camarlengo, con el decano, con los demás cardenales, y en particular con quienes han intentado evadirse y con quienes se fingen enfermos. Con los coristas, con los jóvenes capellanes, con Nasalli Rocca, con el jefe de la sala de prensa, monseñor Michel de Basempierres. Con quienes han obtenido más votos entre los purpurados.
Nadie se salva. Todos se han comportado mal, desencadenando la justa ira del Señor sobre ese simposio de hombres medrosos, sensuales, débiles, indignos de recibir en el corazón y en la mente al Espíritu Santo. El cardenal camarlengo de la Santa Iglesia Romana ha convertido sin duda el cónclave en un gallinero, pero no tanto porque esos animales, a causa de una discutible decisión del conde Nasalli Rocca, aflijan las narices y ofendan la santidad del lugar. Más bien porque su indecisión y su incapacidad de conferir una dirección a la tambaleante barca de Pedro han rebajado a charloteo de gallinas las votaciones del augusto simposio. Sí, en un auténtico vaniloquio de pollos se ha convertido el cónclave.
Y, casi como para glosar las palabras del cardenal, resuena más agudo, más estridente, más irreverente e imperativo que nunca el último canto del gallo, antes de caer en las garras del acólito ceroferario monseñor José Felipe Gómez, justo mientras el terrible purpurado de Luca repite la metáfora del vaniloquio gallináceo de sus eminentísimos colegas.
¡Otros camarlengos ha habido que supieron guiar a la Iglesia en momentos no menos delicados, demostrando todo el temple que era necesario! Así se ensaña el cardenal Mascheroni, mientras el pobre Veronelli alcanza por fin su sitial junto a sus aturdidos dignatarios. Y como si verlo retrepado en su asiento, resignado a escuchar, le hubiera saciado de golpe, hete ahí al cardenal Zelindo Mascheroni, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, volverse hacia otra ala de la capilla, a sus espaldas, donde están tomando asiento los dos arzobispos de Filadelfia y Nueva York.
Y de inmediato aborda el tema que muchos preferirían que no aireara. Sea el camarlengo, por temor a sus efectos en quien aún estuviera a oscuras de ello; sea los dos culpables, que ya han prometido a Veronelli hacer enmienda, garantizándole no volver a intentar más la fuga; sea a todos aquellos purpurados que comprenden las razones de los dos americanos y prefieren ocultar en el silencio la desazón de sus conciencias divididas. "



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