Tú no tienes que vivir aquí (fragmento)Natasha Radojcic-Kane
Tú no tienes que vivir aquí (fragmento)

"Sentía miedo por ella, miedo de pensar adonde se la llevaban, pero no sabía cómo ayudarla. Ser cuidadosa. Llamarla. Mantenerme seca.
Tendría quizás alrededor de quince años. Corrí lejos y los niños fugados tenían que ser examinados por el especialista. El policía que me trajo aquí me preguntó por qué corría. Le respondí que no lo sabía. Simplemente no quería volver a casa. Me senté en la estación de tren, bajo el oscilante rótulo metálico que decía carril octavo y contemplé cómo los soldados caminaban a través del vapor con sus grandes bolsas llenas de promesas para nuestro país, Yugoslavia.
Los meses anteriores ya no existían para mí. Nada alusivo a mí tenía visos de ser real. Sólo mi largo cabello, las cintas con que lo sujetaba. Mi madre las había elegido. Eran de color azul y amarillo. La mayor parte del tiempo permanecía en mi habitación leyendo. Mi madre regresaba a casa de noche y se dejaba caer en el dormitorio que compartíamos, suspirando por la dureza de la vida, por el calor sofocante en el aula donde ella impartía clases, por la traición de mi padre. Entonces yo huía hacia el aparato de TV.
Nuestra televisión era en blanco y negro, vergonzoso. Éramos los más pobres de nuestra familia. La pobreza no hacía que mi madre se arredrara. Ella compró un viejo piano. Para su hija, dijo. Para su pequeña. El piano era parte de lo que ella ambicionaba para mí. Voy a llegar a ser algo. Ser una dama. Detesto el instrumento y lo pinto de blanco con pintura barata. Gotas de capa fina en rayas grises y negras. Una desafortunada mosca se halla en una de las hendiduras talladas.
-¿Qué has hecho? –pregunta mi madre, señalando el lento aleteo de las moribundas alas.
-Quería un piano blanco.
-¡Pero mira! ¡Es asqueroso!
-Lo sé –respondo yo.
Nunca llegué realmente a entender a mi madre. No después de que hubieran pasado muchos años desde su muerte, mi matrimonio, mi divorcio. La ingenuidad con la que se desenvolvía por la vida. Su persistente hambre después de mi mejoría. Quizás fue la extrema pobreza en la que había crecido la que la llenó de sombras y cicatrices. Sus calificaciones eran medianas. No tenía nada, excepto su belleza, esa fría y pálida perfección que asesinaba a los hombres. Tras su divorcio, ellos la rondaron y esperaron que les diera una señal para permanecer. Cualquier señal habría bastado. Pero ella nunca se las ofreció. "



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